domingo, 4 de octubre de 2015

Ruinas


Es curioso cómo la arquitectura se infiltra en nuestras vidas sin que apenas percibamos cómo nos acaba afectando. Desde la acristalada caja de escalera de la fachada norte del hospital madrileño Ramón y Cajal, se observa una fábrica anodina de un color grisáceo que acaba convirtiéndose en compañera fiel de los que buscan allí algo de intimidad (tan mal protegida en los hospitales) cuando se hace difícil "descifrar la realidad del mundo con la pupila seca" (Fernández-Galiano). Al cabo de los días alguno caerá en la cuenta de que se trata de la Fábrica de Clesa, de Alejandro de la Sota nada menos, que fue noticia no hace muchos meses al plantearse el ayuntamiento su demolición por tratarse de un edificio en desuso convertido ya en ruina moderna. Siendo una obra, aunque menor, de un arquitecto tan insigne, no pocos pusieron el grito en el cielo (especialmente la fundación del arquitecto gallego) y recientemente se ha decidido rehabilitarla y darle una nueva vida. Desde lo alto del hospital encontrarás metáforas esperanzadoras en la recuperación in extremis de la desahuciada fábrica.

Y qué decir de la arquitectura del Piramidón, como en tiempos se conocía popularmente al mastodóntico Ramón y Cajal. Acongojan ya desde fuera sus exagerados volúmenes y por dentro su laberíntica distribución desorienta al más dispuesto. Perdido sin remedio en sus interminables pasillos en  momentos en los que precisamente lo que más se necesita es sentirse arropado y orientado, te darás cuenta de lo que vale un arquitecto. Algún alma caritativa, consciente del sindiós, ha dispuesto planos del edificio por doquier y una colorida señalética en el suelo que indica con descomunales flechas cómo llegar a distintas zonas del mastodonte. El hospital, convertido en centro de referencia de enfermedades neurológicas (con excelentes profesionales) se convierte así, como la fábrica, en otra interesante metáfora arquitectónica, esta vez de los intrincados entresijos de nuestro cerebro. 

Piranesi, según Linazasoro, afirmaba que "la ruina es la condición mediante la cual la arquitectura se manifiesta según su verdadera identidad". Lo mismo podría decirse del ser humano. Al igual que la arquitectura permanece a través de la propia ruina conservando la "memoria del orden", devenimos más humanos cuando la enfermedad deja al descubierto nuestra desconcertante fragilidad.

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