viernes, 24 de octubre de 2014

El pequeño Nicolás

¿Una tienda de Zara? No, el último Stirling
¿Puede un edificio ser premiado con el más alto galardón arquitectónico de la Gran Bretaña (el Stirling) por, entre otras cosas, su "algo estrafalario sentido del humor"? Pues sí, según la declaración del jurado. Hablamos del Teatro Everyman en Liverpool del estudio Haworth Tompkins Limited. No se puede juzgar un edificio por unas pocas fotos, pero no es menos cierto que también se dice que la primera impresión es la que cuenta. Si es así, no se si reír o llorar. Veamos qué dicen los profesionales. La crítica británica, cañera como pocas, lo alaba sin mucho entusiasmo: Rowan Moore, tras señalar que no se pueden comparar peras (el Shard o el Centro Acuático de Hadid) con manzanas (el Everyman o el
El Everyman, "complementándose bellamente con su entorno" (sic)
 LSE de O’Donnell y Tuomey, ese espectacular origami de ladrillo), se decanta de entre todos los finalistas por el LSE, aunque pone al teatro segundo en su quiniela. Oliver Wainwright, que últimamente no paramos de mencionar, señala que los arquitectos siguieron fielmente las órdenes de la directora artística del teatro (Gemma Bodinetz), quien les conminó a hacer un edificio que no fuera muy pijo y que retuviera la "calidez, terrenalidad ["earthiness", a ver si se te ocurre una mejor traducción] y humanidad democrática", del antiguo teatro (del que el actual es una profunda remodelación). Otro de los puntos fuertes del edificio es que se han reutilizado en un 90% los materiales del antiguo teatro. Y luego, como decíamos, vienen las peculiares alabanzas del jurado del premio por su quirky sense of humour. O sea, y  entro ya a saco, que ese aspecto de grandes almacenes de los años 50 con chimeneas como de transatlántico felliniano (¿a santo de qué?) en diálogo de besugos con el edificio neoclásico pegado a él, tiene un puntito de pitorreo arquitectónico que hay que apreciar. Steven Hodder, director del RIBA, va más allá, señalando que el teatro "se complementa  con gran belleza con los edificios protegidos que le rodean, siendo un ejemplo pionero de cómo construir un gran edificio público atrevido y decididamente sostenible en el centro histórico de una ciudad". Hodder, ¿estás tú también de coña? ¡Pero si se está cachondeando de su entorno!

 Extrapolando, a mí todo esto me recuerda un poco a otro personaje con un quirky sense of humour, en este caso autóctono, el pequeño Nicolás.
105 vecinos de Liverpool nos miran desde los parasoles de la fachada
 Sí hombre, ese donnadie con pinta de no haber roto un plato en su vida que a base de body language asertivo, grandes dotes teatrales, errores sonrojantes en la seguridad (al final fue en la embajada americana donde le tuvieron que pillar), look aznarista y una probable tuerca floja ha llegado a colarse por la patilla hasta en el besamanos de sus majestades. Y por cierto, entre paréntesis, que la actualidad obliga, qué me dices de Gehry, otro al que también le acabamos de descubrir un peculiar sentido del humor. Fíjate de qué manera más efusiva nos agradece la concesión del Príncipe de Asturias de las Artes. La foto bien puede servir como acta de defunción (como si hiciera falta) del starsystem arquitectónico. Él lo inició (en Bilbao) y ahora lo fulmina en Oviedo. Pues que le aprovechen los 50.000 eurillos del galardón. Vuelvo al Everyman. Para mí que el teatro de Liverpool es un pequeño Nicolás arquitectónico, un edificio que ha logrado colarse en lo más alto del podio porque el Shard cae mal, a Hadid la premiaron hace poco, a O´Donnell y Tuomey el RIBA les acaba de dar la Royal Gold Medal y la biblioteca de Birmingham es demasiado ruidosa. Lo que  vende ahora en las islas es el perfil bajo, ser muy guay y la coña marinera. Acabo con una cita de Will Gompertz hablando sobre los (escasos) puntos en común de los candidatos al Stirling: "Guy Debord hablaba de una Sociedad del espectáculo en los 60, vivimos en ella. Y es esa actitud -no una estética- lo que une a estos edificios. Uno es literalmente un teatro, los otros cinco aspiran a serlo. Somos los intérpretes para los que los arquitectos han creado estos escenarios sobre los que se nos invita a relacionarnos, observar y actuar. A Shakespeare todo esto le habría divertido: Hoy en día el mundo es verdaderamente un escenario". Que se lo digan al pequeño Nicolás.

viernes, 17 de octubre de 2014

Lecciones




"Qué fácil es examinar el trabajo de un alumno y restregarle por las narices todas sus carencias, sus torpezas, sus errores y sus ignorancias. Eso lo puede hacer cualquiera. Lo que de verdad tiene mérito es ver en él lo que ni siquiera ve él mismo: Ver una posibilidad, un germen, un algo en potencia. Y, confiando ciegamente en ello, sacarlo a la luz. Hay que ser muy hábil, muy intuitivo, muy inteligente, muy paciente, pero, sobre todo, muy generoso.
Qué difícil es todo eso. (...)

Igual que Miguel Ángel decía que veía la estatua dentro del bloque de piedra y que él se limitaba a quitar lo que sobraba, así Fullaondo vio que dentro de mí había algo (que, repito, no lo veía ni yo; yo menos que nadie), y con tesón y optimismo lo fue sacando a la luz.
Pero, aún mejor que Miguel Ángel, la misión del profesor no es solo quitar. También tiene que poner. Quitar prejuicios, frenos, torpezas, etc, y poner conocimiento, habilidad, destreza, etc. La misión de un profesor es sagrada en todos los órdenes y todas las edades, y si un incompetente, torpe, perezoso o derrotista te puede amargar la vida y mutilarte para siempre, uno creativo, paciente y generoso te puede dar alas"
. (José Ramón Hernández Correa, En clase de Juan Daniel Fullaondo, en el blog Arquitectamos locos?).

sábado, 11 de octubre de 2014

Goldfinger


¿Eres fan de Bond, James Bond? Entonces seguro que sabes que Goldfinger fue uno de los múltiples malvados que actuaron como antagonistas del héroe más cínico del Reino Unido, de hecho dio nombre a una de las más emblemáticas películas de la serie (estrenada en 1964). Lo que a lo mejor no sabes es que Ian Fleming, el novelista creador del personaje, tomó dicho nombre de un arquitecto de origen húngaro, Ernö Goldfinger, que dejó una marcada huella arquitectónica en la Gran Bretaña. Como sin duda habrás adivinado Goldfinger no era precisamente santo de la devoción de Fleming, quien detestaba su obra. No fue  el único.

La Balfron tower,  Titanic vertical

Aquí a tu derecha tienes una de las razones de esta desafección entre público y la obra de Goldfinger. Al húngaro parece que le afectó poco lo de ser el baddie enfrentado a Bond (aunque de primeras estuvo a punto de demandar a Fleming cuando publicó la novela), porque cuatro años después del estreno del film (en 1968) levantó esta mole de 27 plantas para alojar viviendas sociales en Londres, de nombre Torre Balfron, digna de ser la sede de cualquier maléfica organización (la similar Torre Trellick, construida poco después, es más alta aún). A esta especie de construcciones se les dio en llamar arquitectura brutalista, nombre que me temo no ayudó mucho a ganarse el aprecio del gran público. En realidad, aunque desde luego parecían brutales, el origen del término viene de béton-brut, (hormigón en francés), material ampliamente utilizado en la mayoría de este tipo de edificios. Goldfinger se formó como arquitecto en Francia, donde conoció a Le Corbusier (siempre volvemos a él), quizá el primer brutalista si pensamos en la Unité d´habitation de Marsella o Chandigarh. La aridez (inicial) del maestro suizo (quien, según Vicente Verdú, dijo que "el color es propio de las razas simples, de campesinos y salvajes", y se quedó tan ancho) permea la obra del húngaro, gris, austera y triste. Goldfinger, utópico y entusiasta, por supuesto, no lo veía así, y estaba profundamente convencido de que sus torres mejorarían la vida de sus inquilinos: su idea era que los high-rises liberarían espacio para que la gente pudiera disfrutar de la "madre Tierra". En el mismo año de su inauguración se fue a vivir dos meses a la Balfron con su multimillonaria esposa para experimentar in situ lo que era vivir en semejante lugar. Famosas fueron las fiestas que daba a sus vecinos (con barra libre de champán), a los que pedía opinión sobre su obra, algo así como Desayuno con diamantes versionado por Ken Loach. En esas fiestas a lo mejor más de uno le preguntó que cómo se le ocurrió poner sólo dos ascensores en un edificio con 146 viviendas, o por qué no hizo "calles en el cielo" (las pasarelas que unen el bloque principal con la torre exenta que aloja los ascensores) en cada planta, y no en cada tres, lo que suponía que si por ejemplo vivías en la planta 11 tenías que bajar por las escaleras hasta la 10 para acceder a la sky street. El edificio quedaba mucho más aparente, sin duda, pero las personas mayores o las familias con niños pequeños seguro que se acordaron de Goldfinger más de una vez.

Las "calles en el cielo"
 Por si no fuera suficiente con su discutible estética, la Balfron, al igual que su hermana, la Trellick, sufrió un mantenimiento deficiente que la degradó en extremo, lo que unido a su fama de caldo de cultivo de conflictividad social acabó de hundirlas en la miseria en el imaginario colectivo inglés. No pocas películas sobre catástrofes distópicas o problemática social utilizaron las torres como fondo (así, 28 Days Later, que narra los devastadores efectos de un virus zombie que asola Londres). Trellick, apodada "La torre del terror", era protagonista de tristes noticias como cuando una joven inquilina, que al parecer ya no soportaba más vivir en semejante antro, se lanzó al vacío desde una de sus terrazas, o cuando un anciano murió de un infarto al intentar subir a su apartamento por las escaleras al encontrarse (al parecer era frecuente) fuera de servicio los ascensores. Que conste que gozó también de una fama más jovial cuando en los 80 una emisora pirata (la DBC, Dread Broadcasting Corporation, Dread significa "terror") comenzó a emitir música alternativa desde ella. Más de 100.000 personas de la ciudad llegaron a seguirla. Hablando de música, el álbum Dead Cities de Future Sound of London, con sus escalofriantes sonidos creando una atmósfera apocalíptica, podría ser una apropiada banda sonora para las torres de Goldfinger en sus momentos más bajos.


Goldfinger,  en pose miesiana. El que ríe el último...
Pero, lo que son las cosas, pasa el tiempo, que todo lo cura y lo trastoca, poniendo en valor lo que hace un rato era un horror. Las torres brutalistas gozan hoy de un cierto revival: Trellick hace ya tiempo que se ha abierto con éxito al mercado libre (el año pasado un piso de tres dormitorios y 80 m² comprado en su momento por 83.000 euros se puso a la venta por 478.000). El caso de Balfron es aún más descarado: aquí el plan es directamente convertir la torre en un "silo de pisos de lujo", en palabras de Oliver Wainwright. Mientras los antiguos inquilinos se van oportunamente marchando, se han realizado todo tipo de eventos y performances más o menos artísticos como forma de reivindicación (y de paso revalorización) del bloque. Así, el apartamento 130 (el que alojó a los Goldfinger) se ha redecorado temporalmente utilizando muebles y parafernalia típica de los 60 (fotos aquí), ha habido también un "carnaval vertical", una representación "inmersiva" de Macbeth durante 12 horas seguidas o un simposio de arquitectura en la azotea desde donde estuvieron a punto de arrojar un piano como -cito a la artista que tuvo la ocurrencia- "parte de un taller comunitario que estudiara cómo viaja el sonido". Inexplicablemente la idea quedó desestimada (siempre hay algún cenizo reaccionario que tiene que cercenar la expresión artística). Y mientras tanto, a lo tonto tonto, se iba culminando en la torre una sórdida limpieza social para hacer sitio a los nuevos inquilinos glamurosos. Wainwright, como siempre, pone el dedo en la llaga: "[Balfron] es ahora el cadáver zombie del estado de bienestar, ha sido acicalado y vendido, al igual que incontables edificios en Londres, eviscerado de su original propósito social". Jonathan Meades, escritor que recientemente ha realizado un documental sobre el brutalismo para la televisión británica (aquí ya le hemos citado), insiste en la misma idea: "Había brutalismo bueno y malo, pero hasta el malo se hacía en serio", para acabar diciendo que aunque vuelva a ponerse de moda el béton-brut, lo hará despojado de su fe en la utopía y"la esperanza de un mañana que rompiera con el ayer".Y es que, al parecer, la revolución ya no es posible hoy.


La Trellick, hasta en los cojines
Epílogo. Pues al final va a resultar que Goldfinger fue más héroe que villano. Algo tendrán sus bloques cuando hoy tanto hipster se mata por vivir en ellos (no me imagino una gentrificación similar del madrileño barrio de la Concepción que tan bien retratara Almodóvar en Qué he hecho yo para merecer esto). Además, la caída en desgracia del modelo social que en gran medida impulsó el húngaro (causado en gran medida por un inadecuado mantenimiento) provocó que la iniciativa privada (y especulativa) tomara el mando e iniciara la construcción de un sinfín de adosados en el extrarradio de las grandes ciudades, en entornos aparentemente bucólicos y socialmente inocuos ("espacios sin memoria" en palabras de Josep M. Montaner y Zaida Muxí), que a la postre han demostrado ser una catástrofe ecológica de primer orden por los recursos energéticos despilfarrados en su construcción y en el estilo de vida que generan: "El modelo de suburbio con vivienda aislada es hoy una de las peores plagas del planeta y uno de los mayores engaños del siglo XX ", de nuevo según Montaner y Muxí, que hay que ver cómo reparten estopa en su libro Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos.

Por cierto, ¿Te gustaría tener una camiseta con la Balfron? 

Brutalismo castizo (parque Tierno Galván)











viernes, 3 de octubre de 2014

Ideologías en la cocina

"El chef lo hace todo, excepto cocinar ¡Para eso están las esposas!", dice un anuncio (real) de 1961


"A lo largo de la historia moderna se intenta equiparar la casa, especialmente la cocina, con un laboratorio, con un espacio especial del que la mujer puede estar satisfecha y sentirse orgullosa. Se trata de travestir una obligación del papel de género en algo desado, equiparable con el trabajo de una fábrica.(...) 

Existe otra perspectiva de la aplicación de la industria en beneficio de las tareas reproductivas, aquella que, a partir de 1860 en Estados Unidos, lleva a algunas mujeres a pensar lo que se denominarán estrategias vecinales que comparten dichas tareas.(...)

En 1893, con motivo de la Exposición Universal Colombina de Chicago se fundó la National Household Economic Association, lo que llevó a la creación de estudios de pregrado sobre economía doméstica en la mayor parte de las universidades. Las feministas querían ayudar a las mujeres a ser más eficientes para así poder perseguir intereses fuera del hogar. Sin embargo, los conservadores proponían que la única manera de preservar la familia y el hogar privado era tratar a las esposas como profesionales, transformando su papel en administradoras del hogar altamente cualificadas.(...)

 Las experiencias de la vivienda mínima obrera de la denominada Viena roja en la década de 1920 nunca consideraron la vivienda como elemento autónomo, autosuficiente, ni el lugar donde la familia desarrollaría toda su actividad, sino que siempre estaban complementadas con equipamientos públicos, espacios comunitarios y públicos y bien ubicadas respecto al transporte público. (...) Entre las experiencias de aquellos años, también se llevaron a cabo viviendas sin cocina, tanto en Fráncfort como en Viena, que partían de la premisa de que, si en esas casas vivían hombres y mujeres que trabajaban (ambos) en una fábrica, alguien tendría que prepararles la comida.(...)

En 1922, la arquitecta Margarete Schütte-Lihotzky y el jefe de la oficina de vivienda en Viena, Adolf Loos, incorporaron un edificio a los programas de vivienda pública en Heimhof, un edificio dedicado a familias de trabajadores sin cocinas individuales. Fue tal la importancia simbólica del espacio de la cocina como medio de control y opresión que con la llegada del nazismo a Viena una de sus primeras actuaciones fue instalar cocinas individuales en estas viviendas mínimas colectivas." (Josep Maria Montaner, Zaida Muxí, Arquitectura y política. Ensayos para mundos alternativos).