"Lo normal, lo convencional en una escena amorosa, tras un primer beso, es que quienes lo protagonizan estén exultantes de felicidad o bien sigan besándose con entusiasmo o lascivia crecientes, según. Eso no ocurre en El hombre tranquilo. Wayne abraza a O´Hara y vuelve el rostro, no hacia la cámara pero sí hacia el frente. Y su mirada parece en primera instancia de tristeza, de lástima incluso. Claro está que no lo es. En seguida uno comprende el matiz: es seriedad, gravedad, acaso responsabilidad, como si estuviera diciendo "Ay, ahora estoy vinculado. Es lo que deseo, pero ha llegado y ya no hay vuelta a trás. Me quedaré junto a esta mujer, no la fallaré, la querré y la cuidaré. Le daré la mejor vida que pueda y a eso dedicaré mi existencia. No sólo a eso, pero eso estará por encima de todo lo demás. Y le seré incondicional". Ya en 1952 debía ser infrecuente ver una reacción así en la pantalla o en la realidad. (...) En la realidad no es más raro que hace sesenta años, yo creo, pero sí en la novela o el cine, sí en el mundo representado, como si en él sólo se admitiera estar de vuelta de todo. Raro es contemplar hoy en él a quien se siente vinculado o atrapado -en el mejor sentido de esta palabra- por su propia convicción, por su disposición a no fallar, por la responsabilidad que no puede exigírsele pero que uno adquiere hacia otro por su cuenta y riesgo y su voluntad. Raro es quien se hace el propósito de ser incondicional y piensa, quizá como Wayne bajo esa tormenta:"Quiero tanto a esta persona que a partir de ahora prescindiré de lo que más apreciaba, el reino de la posibilidad"." (Javier Marías, El reino de la posibilidad en El País Semanal).
"Donde no hay nada, todo es posible
Donde hay arquitectura, nada (más) es posible".
(Rem Koolhaas, Imagining Nothingness en S,M,X,XL)
"Al final construimos porque creemos en el futuro: nada muestra más compromiso con el futuro que la arquitectura. Y construimos bien porque creemos en un futuro mejor, porque creemos que pocos regalos se pueden ofrecer a las generaciones venideras que sean mejores que las grandes obras de arquitectura, como símbolo de nuestras aspiraciones comunitarias y también como símbolo de nuestra fe no solo en el poder de la imaginación, sino en la capacidad de la sociedad para seguir creando". (Paul Goldberger, Por qué importa la arquitectura)
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