Esta vez de verdad: pincha aquí. Es difícil reconocer nuestra ciudad vista así. Y ahora léete esta cita del artículo Lo que podemos pedir a las máquinas de Eduardo Prieto en El País de hoy (en Arquitectura Viva 158 ya había aparecido una versión reducida bajo el nombre de La calle como algoritmo):
"La ciudad es el problema; la técnica, la solución. Este eslogan podría resumir los programas urbanos que tanto en las metrópolis consolidadas de Occidente como en las bullentes megalópolis de Asia se sostienen en esa versión del panóptico moderno que son las llamadas ciudades inteligentes. (...) De ahí que las tesis tecnocráticas vuelvan a resultar atractivas, aunque su sex appeal mecanicista comparta en muchos aspectos el obsoleto credo de los determinismos, y resulte tan añejo como ya lo es nuestra modernidad. (...) Como ha puesto de manifiesto César Rendueles en un reciente y excitante libro, Sociofobia, tras ello no solo se oculta el interés económico, sino una suerte de inocencia fetichista ante la tecnología, entregada a la creencia —que la tozuda realidad no se cansa de refutar— de que las técnicas digitales son una fuente automática de transformaciones sociales, de procesos emancipadores ajenos a la gastada tradición de la democracia representativa. (...) El peligro es que la ciudad acabe entregada a los nuevos especialistas digitales, y que los necesarios papeles jugados por el reprochable político o el megalómano urbanista o arquitecto acaben devaluándose conforme se socava paralelamente el quehacer deliberativo de los ciudadanos anónimos en cuanto constructores materiales de la vida urbana.(...) De este modo, lejos ya del modelo agresivo del ojo que todo lo ve —el Panopticon de Bentham o el Big Brother orwelliano—, la tecnocracia es hoy reclamada por la propia comunidad digital; no se impone con violencia desde fuera, sino que se exige desde dentro, en una suerte de variante líquida, pero autoimpuesta de demagogia. (...) Y es que este ciberfetichismo de algoritmos y concertinas no resolverá nuestros problemas económicos y sociales, ni tampoco los urbanos, pues en los territorios y las ciudades no hay más inteligencia que la de aquellos que las habitan. La conclusión fue anticipada hace más de 50 años por el arquitecto y tecnólogo norteamericano Lewis Mumford: no debemos pedirles a las máquinas más de lo que realmente pueden darnos".
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