Portia es la séptima luna de Urano. Descubierta no hace mucho se le dio tal nombre en honor a la protagonista de El mercader de Venecia de Shakespeare, una rica heredera que hace elegir a sus pretendientes entre tres cofres (uno de oro, otro de plata y el tercero de plomo). El candidato que atinara con el correcto (que contiene el retrato de la dama), se ganaría la mano de Portia. Portia es también el nombre de una bodega construida hace dos años por Norman Foster en Gumiel de Izán (Burgos), en plena D.O. Ribera del Duero, diseñada en torno a un núcleo del que surgen tres alas (o pétalos en palabras del propio arquitecto, que se estrenaba en este tipo de construcción) dedicados cada uno en exclusiva al triple proceso de elaboración del vino. Como Portia, Foster también juega con los materiales combinando los más modernos (hormigón, acero, cristal) con los más tradicionales (como el roble de los barriles donde envejece el vino, convertido en austero ornamento), en un intenso oxímoron arquitectónico por utilizar la expresión de Fernández-Galiano en el editorial del último Arquitectura Viva (151, dedicado precisamente a los materiales más modestos), un soberbio texto colmado de deslumbrantes paradojas: "La materia es hoy lo más espiritual. En un mundo saturado de imágenes digitales, el retorno a la humildad física y táctil de los materiales primeros tiene el carácter de un peregrinaje a las fuentes esenciales de la construcción, un camino de conocimiento que purga los superfluo y nos eleva descendiendo".¿En cuál de los tres cofres estaba el retrato de Portia? En el de plomo, claro está.
Triennia, el vino estrella de la bodega ofrece según sus creadores (en la florida jerga enológica) "cálidas y untuosas sensaciones con un postgusto largo y agradable". No sé si podríamos decir lo mismo del edificio de Foster. El postgusto que nos deja es poco cálido y agradable no es el adjetivo que yo utilizaría para definirlo, en todo caso está mucho más cerca de una nave espacial de película de ciencia-ficción que de una bodega al uso. Nunca sabremos si eso era precisamente lo que buscaba el cliente, una máquina espectacular pero gélida, o si simplemente cuando contrató al lord arquitecto estaba aquejado del síndrome ponga un foster en su vida, en palabras de Juli Capella. En fin, la próxima vez que vayas por la A-1 y veas la salida Gumiel de Izán (cerca de Aranda), toma el desvío y prepárate a catar el futuro. A mí me gustó (a mi contraria no).
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