El otro día leyendo un artículo en
El País sobre la Caja Mágica de Perrault me topé con un término brillante:
deszombificar. Resulta que el ayuntamiento de Madrid no sabe qué hacer ahora con el voluminoso pabellón para competiciones tenísticas que nos costó 294 millones, más de la mitad de lo presupuestado, proveniente de aquellos tiempos en los que nos postulábamos entusiásticamente para las olimpiadas (aún seguimos en el empeño, aunque con mermados ímpetus). Mientras nos toca la loto olímpica se ha intentado dar salida al enorme edificio de techos móviles de diversas maneras, hasta llegar a la situación actual, que es la de
edificio zombi, una genial traducción del
white elephant inglés. Parece que hay una modesta escudería de Fórmula 1 que estaría interesada en su deszombificación, en fin. Lee el artículo, de Bruno García Gallo,
aquí.
Últimamente los zombis vuelven a estar de moda. Hasta en Cuba, que ya es decir, de la mano de la película
Juan de los muertos. Imaginamos a los Castro aterrorizados no tanto por el look casquero y los andares dislocados de los muertos vivientes, sino por lo que suponen de invasión
cultural norteamericana. Los zombis carecen del pedigrí literario de un Drácula o no digamos un Frankenstein, pero entraron con fuerza en el imaginario colectivo gracias a películas como
La noche de los muertos vivientes de Romero en los 70 y aquí se han quedado. Para algunos representantes de miedos apocalípticos, para otros mero divertimento
gore, vivimos como digo un revival que tiene hasta correlatos poéticos. Ya circulan varias antologías de poesía zombi en Estados Unidos, así
Aim For the Head (Apunta a la cabeza), donde se recoge la obra de más de 50 poetas zombis, casi nada. ¿Qué dices, que me lo estoy inventando? Anda,
mira aquí. Para muestra, un botón:
"Sé que tenía/ dos/ brazos cuando llegué/ a esta ciudad/ pero parece/ que he perdido uno/ en alguna parte". Su sutil autor es Matt Betts, y la metafórica pieza, publicada en la antología
Vicious verses and reanimated rhymes (Versos depravados y rimas reanimadas), lo mismo vale para referirse a un zombi que a algún político
cascado.
La arquitectura zombi nos persigue. Nos recuerda nuestro paletismo de nuevo rico. Perdimos no ya un brazo, como en el delicado poema de Betts, sino directamente la cabeza, y ahora andamos
comiéndonos el coco para ver cómo reanimamos a tanto artefacto zombificado y cómo cuadramos las cuentas, porque encima nos han salido por un riñón. Vaya, hoy la entrada me ha salido
visceral.
(El Modulor zombi de la foto es la portada de un libro llamado
Hacia una arquitectura a prueba de zombis, en realidad una tesina de final de carrera de un tal Glenn Ginter presentada en la universidad de Michigan,
"una mirada satírica a la cultura del miedo inherente a la arquitectura y el urbanismo", según señala el propio autor. Sabías que, también en Estados Unidos, se celebra una
competición que premia la mejor casa a prueba de zombis? No comment).