sábado, 21 de agosto de 2010
El Lateral: Museo Teatro Romano de Cartagena
Seguimos con nuestra ronda de museos, ahora con el Museo del Teatro Romano de Cartagena, obra de Rafael Moneo inaugurada en 2008. El proyecto consiste en tres edificios, uno ya existente (el Palacio Pascual de Riquelme, un edificio del siglo XIX que se optó por mantener y que incluye la entrada al museo en la Plaza del Ayuntamiento), y dos edificios nuevos: uno anexo al palacio para exposiciones temporales en el que se encuentra también la cafetería y otro, detrás de éste y separado de él por la calle General Ordóñez, donde encontramos la exposición permanente y el acceso al teatro romano salvando la importante diferencia de altura existente entre la entrada y el teatro mediante ascensores y varios tramos de escaleras mecánicas, quizá lo menos logrado, aunque permite unas vistas de vértigo de las distintas plantas (las salas están abiertas a un atrio con lucernario). Para el visitante no hay separación entre los edificios, ya que se pasa de los primeros al segundo a través de un corredor subterráneo. Los restos de la iglesia de Santa María la Vieja quedan también incorporados al museo al estar situados sobre un lateral del teatro, aunque por desgracia no se pueden visitar. Moneo ha realizado una compleja incisión en un tejido urbano especialmente denso que ha permitido establecer un acceso directo y cómodo al teatro, construido entre los siglos V y I a.de C. y que permaneció oculto hasta 1988 dado que la ciudad se había construído literalmente encima (hasta los 90 había viviendas sobre él e incluso una pequeña calle). Esta cualidad de pasadizo a través del tiempo es la que realmente hay que valorar en el museo, más allá de la muy somera exposición permanente de restos. Sorprende también la decisión de mantener el Palacio de Riquelme (un edificio interesante pero sin un valor arquitectónico realmente destacado) justo en la parte más visible del museo, en frente del emblemático Palacio Consistorial recién rehabilitado, donde una vez más Moneo demuestra su gran respeto por el entorno arquitectónico y su voluntad de pasar desapercibido (otro starchitect habría metido la piqueta y habría hecho una construcción epatante).
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