Pues vuelve a tocar adivinanza. Hoy fácil, sobre todo el arquitecto en cuestión, pero recuerda que también tienes que adivinarme el sitio. Observa en la teatral foto la bella potencia matérica de la pared en la que colisionan por un lado una piel rugosa, cálida, caótica y telúrica y otra por el contrario pulida, fría, ordenada y mecánica; colisión que acaso sea trasunto de la importante falla cultural sobre la que se asienta el edificio. La mano que fricciona dicha pared busca que, por un azar osmótico, tengo el día muy pedante, se transmitan a su dueño los conocimientos arquitectónicos que dicho edificio y su entorno atesoran. Así, la primera exposición que alojó este reciente edificio versó sobre un arquitecto que influyó poderosamente en su autor, de hecho trabajó para él en un proyecto en Venecia que finalmente no vería la luz.
Nos recuerda algo nuestro arquitecto al protagonista de aquella bizarra película de Peter Greenaway, The Belly of An Architect, en el que vemos a un arquitecto, interpretado por el magnífico Brian Dennehy, obsesionado por los edificios imposibles de Boullée, a menudo inspirados por formas puras y básicas como esferas, cilindros o pirámides que diseñó a escala monumental y en papel se quedaron. Acompañados por la brillante banda sonora de Wim Mertens contemplamos las tribulaciones del arquitecto, empeñado en diseñar una exposición dedicada al francés en Roma que finalmente podrá con él. El mismo año que se estrenaba esta película (1987) exhibía el MoMA una exposición sobre la obra de nuestro misterioso arquitecto comisariada por un arquitecto finlandés que a la sazón era el director del departamento de arquitectura y diseño del museo neoyorquino. Otra coincidencia: este mismo arquitecto (el finés) acaba de presentar una pequeña exposición dedicada a un jardín virtual diseñado por él, El jardín de la vida, en el Instituto Iberoamericano de Finlandia en Madrid, jardín donde es fácil reconocer la influencia del autor del edificio que te traigo hoy (y la de Kahn). El día que asistí a verla era el único visitante. De verdad, a veces me asusta lo freak que soy.
Si Terragni podría compararse a un sutil cirujano que seccionaba con delicada precisión el cubo moderno, nuestro arquitecto está quizá más próximo a un carnicero apasionado que desventra sus edificios con furor casquero. Es un formalista a ultranza, esto afirmaba sin el más mínimo empacho en 1988: "El problema de la relación entre Forma y Función no creo que ataña a nuestro tiempo. Era un problema que pertenecía al Movimiento Moderno, a aquellos años en los que la función tenía un papel importante. Hoy creo que la arquitectura tiene un papel evocativo, de imagen, que supera la función". Le entrevistaban para la revista Arquitectura del COAM Enrique Sobejano y Fuensanta Nieto a quien, nueva coincidencia (esto ya empieza a ser paranormal), veíamos hace unos días en un evento organizado por Cosentino para celebrar el décimo aniversario de la revista C junto a Fernández-Galiano y Carme Pinós en la sede del COAM. Ese formalismo extremo hace que sus construcciones puedan funcionar bien en soledad absoluta, sin embargo su encaje en el tejido urbano puede resultar problemático, así en el edificio que perpetró en una ciudad francesa que por cierto dio nombre a un barrio de Madrid. En nuestro país no tiene obra, pero pudo haberla tenido pues se presentó a un sonado concurso que afortunadamente ganó nuestro primer Pritzker.
Te dejo ya para que vayas atando cabos.
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