domingo, 2 de febrero de 2020

Espirales


Esta semana mi vástago ha tenido que presentar un proyecto para la asignatura de francés consistente en grabarse haciendo una serie de tâches ménagères (labores del hogar) mientras las explicaba, ojo al dato, cantando. El chaval, ya adolescente para más enjundia, es tan poco performativo como su padre, y ha sido tarea ardua meterle en el papel. Me he ofrecido incluso a salir en el video, por aquello de compartir el ridículo, haciendo algo (había pensado leyendo el periódico, en plan crítica contra el heteropatriarcado), pero por supuesto se ha negado. Le ofrecí también poner música de fondo (pensé en Monkey Business del álbum recién estrenado Hotspot de los Pet Shop Boys con guiño final a Giorgio Moroder), pero de nuevo negativa furibunda. En fin, perdona que te cuente estos retazos de little life que diría Eliot,  pero es que tenía que desahogarme. Y es que la enseñanza de los idiomas, tan compleja ella, lleva a espirales a menudo surrealistas, si lo sabré yo. Un experto en el tema me dijo una vez muchos años ha que, de hecho, un idioma se aprende en espiral, quedándoseme tan epifánica revelación grabada en la memoria de manera indeleble por tiempos sin fin.

Pues hablando de espirales hoy te traigo unas cuantas que de pronto han aparecido por doquier. La primera la tienes en la foto de arriba, es la recién inaugurada biblioteca Town House en la universidad londinenese de Kingston, que algo tendrá cuando los dos críticos arquitectónicos más punteros del Reino Unido (Rowan Moore y Oliver Wainwright), le han dedicado esta semana crítica, muy positiva por cierto. Sí, me vas a decir que eso tiene de espiral lo mismo que la Almudena, pero te aseguro que así lo afirman sus autoras (el estudio irlandés Grafton Architects), que acaban de recibir por cierto la medalla de oro del RIBA. Se refieren, metafóricamente, a una "espiral social" diseñada para favorecer la "abrasión" e interacción entre los estudiantes mediante un diseño abierto y fluido (un "paisaje de aprendizaje"): "¿Para qué venir a la universidad cuando se puede estudiar online?", se pregunta Yvonne Farrell, la mitad de Grafton, "pues para conocer gente y enamorarse" (Wainwright de hecho titula su crítica El nido de amor de 50 millones: la nueva biblioteca de Kingston es un lugar para encontrar libros y algún romance). Y ha tenido éxito: los estudiantes visitan el flamante edificio en masa generando un alegre y confuso alboroto que resulta algo contradictorio en una biblioteca. Plagado de plataformas abiertas (acaso palcos o pedestales, ideales para la generación del selfie y la sobreexposición transmedia) conectadas con escaleras, a Moore el edificio le recuerda a las "calles en el cielo" de los edificios brutalistas, no por nada considera a las arquitectas herederas de dicha corriente arquitectónica de triste memoria. También su seca arquitectura y su voluntad de conectar horizontal y vertical (no para otra cosa sirve la espiral) acercan la Town House al espíritu sobrio y utópico de la modernidad. En el acaso insoluble dilema entre resilvestración y desilvestración en el mundo de la educación, la Town House nos ofrece un ejemplo para la reflexión.

Otra espiral que también nos ha llamado la atención ha sido el centro cívico Exchange en Sídney, a cargo de Kengo Kuma. También incluye una biblioteca amén de otros equipamientos, y ha sido definido como nido, colmena o capullo de gusano de seda que, gracias a su dinámico recubrimiento de madera, trae un soplo de aire fresco al centro de la urbe australiana, un "oasis en medio de la jungla urbana" en palabras de Kuma (la resilvestración, de nuevo). Aún podemos añadir a nuestra lista de espirales esta curiosa estructura del estudio Dorchi en Shenzhen (la Torre de la Espiral precisamente), un bello mirador destinado, en palabra de los arquitectos, a "despejar el estado de ánimo melancólico propio de la ajetreada vida urbana". Estirando un poco el concepto de espiral, aunque realmente no lo sea, incluimos en este acelerado listado el Museo de Arte He, que Tadao Ando construye en estos momentos en Shunde (China). Con una estructura de círculos apilados, dispondrá de una escalera de caracol de doble hélice que te permitirá ascender hacia un óculo en lo que sin duda será un edificio de sobria espectacularidad.

Despido ya esta entrada tan transescalar. Las espirales nos llevan a lo más alto en un bello espejismo que la vida, tozuda, se encarga de desbaratar: "El planeta es redondo, pero la tierra es plana, y en la planicie andamos hasta el final del itinerario de la vida, agotando todas las fuerzas. Final que no tiene forma de muro. Es la tierra la que reclama y la poca fuerza que todavía te mantiene en pie cede; no un muro, sino la gravedad de la horizontal. Sobre un plano, que es una planicie, caminan los mortales, al abrigo del frío polar y de la reciedumbre terrena. Sobre un plano, que es una planicie, imploran cobijo y suplican palabra. Sobre un plano, que es una planicie, no cabe elevarse por encima de los tejados de las casas y hacia el éter del cielo, ni tampoco hundirse en los durísimos estratos de gea. Esta situación determina el gesto y el pensamiento. Se puede soñar, eso sí, y huir, y sentirse ascendiendo como los cometas de los niños o los globos. Pero después habrá que aterrizar y volver a la llanura. Conviene no ir con excesiva carga, pero tampoco vale librarse de todo el lastre, porque -con el lastre- podrías perder el alma". (Josep M. Esquirol, La resistencia íntima).

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