El cambio de material, la distorsión de la escala, la manipulación de la forma o la introducción de elementos discordantes constituyen mecanismos distanciadores, que permiten recuperar temas tradicionales sin experimentar rubor. Lo heroico se ha transformado en irónico, y la pasión ha dado lugar a la parodia.
Para algunos, el movimiento posmoderno es una militante cruzada antimoderna, conducida con la misma voluntad demiúrgica con la que los modernos batallaron contra la arquitectura académica. Así, Charles Jencks ha establecido una divertida analogía entre la reforma protestante, que supuso la vanguardia moderna, y la contrarreforma católica, con la que puede compararse el movimiento posmoderno. En este sugerente paralelismo, Jencks atribuye el papel de Calvino a su compatriota Le Corbusier, y el de Ignacio de Loyola, al más infatigable propagandista antimoderno, Leon Krier.
Para otros, ajenos al fervor apostólico y profético de los Krier o los Corbu, la posmodernidad es más bien un síntoma del agotamiento formal de la figuración moderna, una adecuación a la cultura del espectáculo, una expresión en sordina de la pérdida de las grandes esperanzas. Insólita y polémica en los setenta, la arquitectura posmoderna se ha convertido en los ochenta en el lenguaje amable del poder (...)
Es probable que, superando a los dos retratos bosquejados al principio, exista un tercer rostro de la arquitectura posmoderna, tan verdadero como aquellos, y acaso más convincente. Me refiero a la arquitectura de las buenas maneras, la arquitectura posmoderna cortés, sensible al entorno, respetuosa con los hábitos, más próxima a la cosmética que a la terapéutica, ajena a la polémica y a la sospecha; es, francamente, una arquitectura bastante habitable, relativamente cómoda y soportablemente banal.
Las grietas que en ella puedan abrirse mañana no serán las que finjan los arquitectos en proyectos arbitrariamente disgregados o descompuestos: la arquitectura que viene no está en los tableros, sino en las pantallas. Mientras profesores y críticos se enredan en discusiones de galgos y podencos, la nueva arquitectura nace en el celuloide, en los interiores de Blade Runner, de Brazil, de París-Texas, de Trouble in Mind, de Zückerbaby o de Blue Velvet. En esos espacios densos de emoción y exentos de parodia habita la arquitectura del futuro". Al fin. (Luis Fernández-Galiano, Arquitectura, urbanidad y parodia, artículo publicado en 1987 en El País).
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