Pues el autor de esta peculiar vivienda no es otro que Adolf Loos, arquitecto al que el Caixaforum de Madrid está dedicando una interesante exposición donde la he descubierto. El proyecto de 1927 como te decía nunca vio la luz y fue diseñado para Josephine Baker, la bella bailarina americana más tarde nacionalizada francesa que hizo furor en Europa con sus bailes alocados y desinhibidos convirtiéndose en musa inmediata de no pocos artistas de vanguardia que veían en la llamada Venus de Ébano la perfecta encarnación de los Années folles (o Roaring Twenties). Calder hizo una escultura de la bailarina con alambre, Matisse un recortable que colgó en su cuarto, Leger la presentó a los surrealistas, Cocteau diseñó escenarios para ella, Le Corbusier le escribió un ballet (y la pintó en varias ocasiones). Por cierto que como es bien conocido Le Corbusier la conocería a bordo de un transatlántico rumbo a Brasil allá por 1929 y quedaría completamente prendado de ella (también se ofreció a hacerle una casa). Hay fotos de las locas fiestas de disfraces a las que acudieron juntos.
Loos la había conocido poco antes en una fiesta en París, había visto sus actuaciones, y como es obvio también quedó obnubilado con la artista y sus bailes deconstruidos, así que ni corto ni perezoso le proyectó la casa que hoy traemos a este tu blog a iniciativa propia, una vivienda que parece romper completamente con sus postulados estéticos, quizá algo trastocados tras diseñar otra, esta sí construida, para Tristan Tzara, padre del Dadaísmo. Supuestamente Loos (y digo supuestamente porque intentar comprender la arquitectura moderna en general y a Loos en concreto es chungo de narices), sería el primer moderno, precursor de Le Corbusier en su defensa de una arquitectura que quedara completamente desprovista de ornamento (en un viaje a Grecia habría quedado prendado de la arquitectura vernácula helena de cubos blancos), por no hablar de su famoso ensayo Ornamento y delito. Aquí sin embargo vemos una desconcertante fachada proyectada en mármol a franjas blancas y negras que quién sabe si quiere hacer referencia al trémulo (y mucho nos tememos vano) deseo de Loos de interactuar con la afroamericana en una simbiosis sin fin. Por cierto que hay quien ve en el disfraz de Le Corbusier en la fiesta que te he comentado (observa en la foto que lleva una camiseta de rayas blancas y negras), una referencia burlesca al proyecto de Loos. Lo del cilindro tiene también su cosa. De nuevo Loos pasa olímpicamente de la obsesión moderna por el ángulo recto para incorporar en un lateral de la casa diseñada acaso en tórridas noches de febril insomnio un volumen curvo que bien puede recordar a Rossi. Si a eso le sumamos el pedazo columna dórica que presentó como diseño para el Chicago Tribune en 1922, apaga y vámonos. A ver si más que un premoderno Loos va a ser un prepostmoderno.
Lo de la piscina con ventanas merece párrafo aparte. Si nos atenemos a una explicación puramente arquitectónica, como corresponde a un blog serio y documentado, podríamos argüir que las ventanas indiscretas responden a un deseo de llevar al extremo la famosa teoría loosiana del Raumplan que no es otra cosa que la eliminación de los tabiques internos de la vivienda dando lugar a un espacio continuo, sin trabas ni limitaciones acorde además con unos tiempos que postulaban la eliminación de corsés reaccionarios, la liberación freudiana de nuestro yo más oculto y el rechazo a la separación de clases. Lástima que este blog no sea ni serio ni documentado, así que nos decantaremos por un relato más sinuoso. Para mí (y para Beatriz Colomina, que conste), Loos monta un acuario humano que permitiera un descarado peep-show para su propio disfrute de la diva americana, gran amante de la natación. Baker, probablemente entre divertida y sonrojada, declinó esta desquiciada declaración de amor fou, seguramente porque entendió que la casa la cosificaba (ya del todo). En su lugar elegiría para vivir una casa bastante distinta, donde se retiraría tras trabajar para la Resistencia francesa (fue condecorada con la Legión de Honor), defender los derechos civiles de los afroamericanos y adoptar a doce niños de diferentes credos y nacionalidades (la "tribu del Arco Iris"), demostrando que era mucho más que un bonito objeto de exposición para calenturientos artistas.
En todo caso la sociedad del espectáculo acababa de empezar. Hoy ya vemos normal (e incluso imprescindible) exponernos físca y virtualmente, y la arquitectura, siempre en pos del dichoso Zeitgeist, busca con ahínco las transparencias. Fíjate como comienza Oliver Wainwright su reseña de lo último de Koolhaas, otro gran nadador (las piscinas suelen aparecer en sus libros, seguro tendría mucho que decir sobre este proyecto de Loos), un bloque cristalino de múltiples usos que se eleva desordenadamente sobre una calle de Copenhague: "Un danés musculoso se cuelga de una barra de dominadas en el segundo piso del nuevo Centro de arquitectura danés, su abultado cuerpo tensándose frente a la ventana mientras los visitantes ascienden las escaleras para ver una exposición de diseño de interiores. En otra ventana cercana un grupo de innovadores urbanos dirigen una reunión en una habitación forrada de moqueta mientras que en el piso de arriba los comensales se sientan para desgustar el salmón ahumado preparado por el cofundador de Noma, visibles desde las terrazas de unos áticos de lujo".
La casa para Josephine Baker, bellísima, es, junto a la villa Müller de Praga, al fin moderna (también por cierto esconde juegos panópticos), el canto del cisne de un arquitecto ya en pleno declive profesional, físico y moral. Moriría cinco años más tarde a la edad de 62. Su tercera esposa (34 años más joven que él) asegura en un libro de memorias sobre el arquitecto de Brno que Baker le habría enseñado a bailar el charlestón. Algo es algo.
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