Volvemos a Lisboa |
Asistimos hoy en día a una fiebre por reconvertir antiguas fábricas en museos, aquí hemos recogido unos cuantos, pero no te pienses que es nada nuevo. Uno de los ejemplos más curiosos está en Lisboa, donde se inauguraba en 2008 el Museu y Fundação de Oriente fruto de la rehabilitación nada menos que de un almacén de bacalao a cargo del estudio de Carrilho da Graça, seguramente el más rectilíneo de los arquitectos portugueses, título que tiene especial valor si tenemos en cuenta lo que les va el paralelepípedo puro y duro a la mayoría de sus colegas y compatriotas (a veces pienso, ya lo he dicho alguna vez, si no será por reacción a la desmesurada artificiosidad del estilo manuelino).
Carrilho da Graça, que trabajó aquí junto al arquitecto Rui Francisco, tuvo que enfrentarse a no pocos problemas, empezando por el tufo a bacalao que, según reconoce el arquitecto al frente del proyecto (Francisco Freire), les hizo dudar seriamente sobre la viabilidad de la obra. Y eso que el edificio, que se construyó expresamente como almacén para pescado, llevaba cerrado desde 1992. Junto a ello, y a pesar de su poco glamuroso uso, resulta que se trataba de un edificio protegido, levantado por João Simões Antunes al inicio de los años 40 en la estela del Movimiento Moderno. Tenía hasta nombre, que ya es raro para un mero almacén, Edifício Pedro Álvares Cabral, y no uno cualquiera (aparte de premonitorio): Cabral fue un importante explorador luso que descubriría Brasil en un viaje allá por 1500 que tenía por destino la India (el edificio además se encuentra en la zona portuaria de Lisboa, así que todo encaja).
El caso es que convertir un almacén de pescado con pedigrí en museo no fue fácil. Los techos tenían poca altura y las fachadas eran ciegas (y no se podía modificar por tratarse como digo de un Monumento de Interesse Público), pero al cabo la modélica rehabilitación, haciendo de la necesidad virtud (no hay nada como las limitaciones para fomentar la creatividad, ya lo dice, entre otros, Aravena: Sin reglas no hay libertad) ha reconvertido el contenedor lecorbuseriano en recinto mágico donde se explota la oscuridad (en algunos momentos excesiva) para dar mayor realce a las magníficas obras expuestas. Se ubica a la vera de la Avenida de Brasilia, que comunica el centro de Lisboa con Belém, una vía rápida que está atrayendo variopintos e interesantes museos como el de carruajes, la electricidad o el que ocupó la entrada de hoy.
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