sábado, 29 de agosto de 2015

Esclavos cardíacos de las estrellas




"(...) ¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo
no hay en estos momentos genios-para-sí-mismos soñando?
¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas
-sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas-,
y quién sabe si realizables, no verán nunca la luz del sol verdadero
ni encontrarán quien les preste oídos?
El mundo es para quien nace para conquistarlo
y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.
He soñado más que lo que hizo Napoleón.
He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,
he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito.
Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla,
aunque no viva en ella;
seré siempre
el que no ha nacido para eso;
seré siempre
el que tenía condiciones;
seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una pared sin puerta
y cantó la canción del Infinito en un gallinero,
y oyó la voz de Dios en un pozo tapado.

¿Creer en mí? No, ni en nada.
Derrámame la naturaleza sobre mi cabeza ardiente
su sol, su lluvia, el viento que tropieza en mi cabello,
y lo demás que venga si viene, o tiene que venir, o que no venga.
Esclavos cardíacos de las estrellas,
conquistamos el mundo entero antes de levantarnos de la cama;
pero nos despertamos y es opaco,
nos levantamos y es ajeno,
salimos de casa y es la tierra entera,
y el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.(...).
(Fernando Pessoa, Tabaquería).

lunes, 24 de agosto de 2015

Museu Nacional dos Coches (Paulo Mendes da Rocha)





“-¿Por qué cree que no es posible enseñar arquitectura?
-Cada proyecto es una emergencia. Tienes que ir allí y ver qué es necesario hacer. Sólo puedes enseñar a los arquitectos a pensar dotándoles de conocimiento y destrezas.


 


 -¿Da usted clases?
-Soy ya demasiado mayor. Hay una ley en Brasil, sólo se puede enseñar hasta la edad de 70. 




-Es una lástima, los más sabios no pueden enseñar.
-Solía enseñar en el año final de estudio de diseño. No solía tratar de influir a mis alumnos demasiado porque eran casi ya arquitectos profesionales. Desde luego, piensan que lo saben todo, la verdad es que nadie sabe nada. Pero un buen profesor tiene que actuar como si supiera. La confianza es muy importante, no sólo el conocimiento. Cada problema requiere razonamiento, no soluciones preconcebidas. Sabes que no sabes, pero hay una urgencia de hacer algo. Tienes que descubrir el conocimiento, ésa es la clave”. 



 

(Paulo Mendes da Rocha entrevistado por Vladimir Belogolovsky en Conversations with Architects).


sábado, 15 de agosto de 2015

Gulbenkian (y 2)




 A ver, creo que nos habíamos quedado en torno a 1956, año en el que se estableció legalmente la Fundación Gulbenkian (el magnate había muerto un año antes) que de inmediato eligió emplazamiento para su sede, el Parque Santa Gertrudes como te decía, donde según el programa “el edificio quedaría totalmente contextualizado por los árboles y el parque, que se conservará”. Se eligió un panel internacional de arquitectos para seleccionar el proyecto en el que destacaban Francisco Keil do Amaral (un experto en parques, en Lisboa diseñó tres nada menos: el emblemático de Eduardo VII, cerca de la ubicación elegida para la fundación; el Parque Florestal de Monsanto, y el Jardim do Campo Grande), Carlos Ramos (autor de la sede de la RTP o el estadio de Restelo para el el equipo de Os Belenenses que se construyó aprovechando el cráter de la cantera que había servido para la construcción del monasterio de los Jerónimos nada menos, edificios ambos de apabullante modernidad) o John Leslie Martin (que a finales de los 70 diseñaría el Centro de Arte Moderno que cerraría el “campus” Gulbenkian junto al museo, las oficinas de la sede y el auditorio). 

 Uno de los objetivos que se proponía el programa –y quizá uno de los más interesantes- consistía en el hecho de que, en lugar de optar por arquitectos de prestigio (los starchitects del momento: Mies, Le Corbusier… al fin y al cabo el dinero no parecía ser un problema) el concurso se llevaría a cabo entre arquitectos locales al objeto de “hacer una importante contribución al desarrollo de la arquitectura contemporánea en Portugal”. Tres propuestas fueron presentadas, cada una de ellas diseñadas por un equipo de tres arquitectos. La unánime decisión del jurado, hecha pública ya en 1960, declaró ganador a la propuesta de Alberto Pessoa, Pedro Cid y Ruy Jervis d’Athouguia, todos ellos dominados en sus proyectos previos por un exacerbado fervor paralelepipédico. El resultado final sería obviamente una oda al ángulo recto en la que Chipperfield levitaría, y que, comparada (en maqueta) con el resto, casi parece la menos interesante de las propuestas (si me fío de las pequeñas fotografías que ilustran la competición en el interesante librito Gulbenkian Arquitectura e Paisagem de Ana Tostões y Aurora Carapinha del que estoy fusilando todo esto junto a la muy recomendable Guia de Arquitetura de Lisboa 1948-2013 de A+A y, cómo no, San Google cuando lo pillo, una de las pocas desventajas de la época estival es sentirte como un inmigrante digital, siempre a la busca y captura, cual ciberzahorí, de una zona wifi).

Detengámonos brevemente, te lo prometo, en la trayectoria del equipo elegido. Pessoa, presente con varios proyectos en la capital portuguesa, destaca por el poderoso Complexo da Avenida Infante Santo, cinco gloriosos bloques de viviendas de influencia claramente corbuseriana y, lo que son las cosas, por haber colaborado junto a Keil do Amaral en el diseño del Parque Eduardo VII. Por su parte Cid diseñó un importante complejo de viviendas similar al de Pessoa en la Avenida dos Estados Unidos. En cuanto a D’Athouguia, el más presente en Lisboa con diferencia de los tres (también fue de largo el más longevo), destaca por el icónico Edifício Roma proyectado junto a Sebastião Formosinho Sanchez, con el que también trabajó en el complejo Barrio as Estacas, llamado así por los pilotis sobre los que se elevaban los bloques (como curiosidad decir que Sanchez formaba parte de uno de los equipos perdedores que presentaron propuestas para el Gulbenkian: de colaboradores a competidores prácticamente al mismo tiempo, pues los proyectos mencionados se solapan temporalmente con el concurso del Gulbenkian). D’Athouguia es también responsable del urbanismo de la icónica plaza de Alvalade con sus varios contundentes bloques de viviendas y oficinas de 12 plantas, y el considerado en su momento el mejor instituto de Lisboa: la Escola Padre António Vieira de 1959, un claro antecedente del edificio de oficinas de la sede de la Fundación Gulbenkian salvo por la elevación sobre pilotis, que por cierto le habría sentado muy bien.

 Los tres edificios del complejo (museo, sede y auditorio), a falta como dijimos del Centro de Arte Moderno que se construiría entre 1977 y 1983, fueron inaugurados el 2 de octubre de 1969, suponiendo todo un revulsivo para la vida cultural lisboeta que Tostões no duda en llamar el “efecto Gulbenkian” (¿te suena?). El museo, el único edificio que visité, goza en su interior de una calidez sobresaliente, primero por el generoso uso de bellas maderas nobles y en segundo lugar (pero no menos importante) por sus inmensos ventanales abiertos al exterior y a los dos patios que horadan el paralelepípedo, lo que permite una intensa conexión con el frondoso parque que le rodea.  

El parque merece capítulo aparte. Es un elemento esencial en el proyecto (casi más que el edificio), como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta, como ya comentábamos, que el propio Calouste era un enamorado de la naturaleza; que el emplazamiento escogido había sido un parque (el Santa Gertrudes) diseñado por importantes arquitectos que se covertiría en un importante punto de encuentro de la sociedad lisboeta (recuerda que llegó a albergar el zoo de la ciudad), y que quizá el más influyente miembro del jurado (Keil do Amaral) había estado al cargo del diseño de tres parques en Lisboa. Uno se pregunta si el proyecto ganador, que, como también señalábamos, es el que tendría un perfil arquitectónico más bajo, no fue elegido precisamente para no quitar protagonismo al parque, cuya construcción, confiada a los arquitectos paisajistas Gonçalo Ribeiro Telles y António Facco Viana Barreto, llevaría seis años nada menos. De hecho los edificios fueron concentrados en una parte del terreno para dar protagonismo a la zona verde, que ya gozaba de interesantes especímenes arbóreos (algunos traídos de Francia por el jardinero suizo Jacob Weiss allá por 1866), todos ellos serían transplantados por Ribeiro y Viana para ser devueltos al nuevo jardín cuando acabaran las obras. Aparte de estos añejos árboles se compraron 330 más y 100 arbustos. El lago (que replica el que también tenía el Parque Santa Gertrudes), construido sobre el aparcamiento y otras estancias subterráneas, también fue cuidadosamente diseñado como todo en este parque artificial que sin embargo parece completamente natural. Se idearon varios senderos pavimentados con enormes losas de hormigón que conducen al paseante a una “sucesión de escenarios” en palabras de Ribeiro, “construidos por la luz y la sombra”. Por cierto que hace mucho que no pongo ninguna cita larga, así que ahí va una de Aurora Carapinha, autora a cargo del capítulo paisajístico del libro ya mencionado Gulbenkian Arquitectura e Paisagem: “Cada paso que damos, el juego de luces y sombras, de ver y no ver, crea un constante efecto de sorpresa, convirtiendo el jardín en una cadena de momentos imagéticos generados por nuestra progresión. Esta construcción otorga al espacio en el que caminamos una dimensión kinética que nos motiva a movernos, a descubrir”. Pensarás que es pura verborrea poética de relleno, pero te puedo asegurar que refleja con absoluta exactitud las sensaciones al atravesar este parque, que demuestra aún otra rara característica: “la casi perfecta sintonía entre materiales inertes y vivos”, de nuevo en palabras de Carapinha, “una dualidad que a menudo se considera contradictoria”.

 Cuando “sin otra brújula que el paisaje y la vida” (Fernández-Galiano) tu viaje te lleve a Lisboa, adéntrate sin falta en este parque insospechadamente high-tech, habita sus mágicos espacios y recuerda lo que dijo Pessoa (el poeta ahora, no el arquitecto): “Soy un técnico, pero sólo tengo técnica dentro de mi técnica”.



viernes, 7 de agosto de 2015

Gulbenkian



En la arquitectura y en la vida, a menudo lo que menos te esperas es lo que más te impacta. Hace unos días me acerqué al Museo y Sede de la Fundación Calouste Gulbenkian en Lisboa más por interés de mi santa contraria que por otra cosa y me quedé fascinado con el edificio y sobre todo con su entorno, un magnífico parque en el que los inmuebles de la Fundación  parecen emerger como ruinas modernas, algo así como esos templos mayas o hindúes que parecen haberse mimetizado con la jungla. Nunca el sobrio hormigón había sido tan fotogénico como en medio de esta cuidadosamente diseñada vegetación, y sin embargo por mucho que lo intentes difícilmente lograrás plasmar en fotografía esta curiosa simbiosis (conocía el edificio por fotos, y a pesar de ser un fan del hormigón, como ya te digo no estaba entre mis prioridades visitarlo en este viaje corto a la capital portuguesa). Mis fotos no son excepción, y cuando las veo me doy cuenta de lo difícil que resulta captar la oximorónica belleza de este recoleto parque verde y gris enclavado justo a la vera de la Praça de Espanha que hay que ver en persona.

Habría que empezar por preguntarse quién fue Calouste Gulbenkian. Con ese nombre es obvio que no era portugués. Nació cerca de la entonces Constantinopla, en 1869, en el seno de una próspera familia de comerciantes armenios. A los 27 años huyó de Turquía junto a su familia para evitar las matanzas de armenios (para muchos un auténtico genocidio) que se llevaron a cabo bajo el gobierno del sultán Abdul Hamid II ante la amenaza que suponía este grupo étnico para la integridad territorial del ya debilitado Imperio Otomano. Prontó recalaría Calouste en Londres, donde adquiriría la ciudadanía británica, y pronto también gracias a sus habilidades mercantiles amasaría una inmensa fortuna gracias al entonces incipiente negocio del petróleo (llegó a ser conocido como Mister 5% por la comisión que imponía para sí en la venta de sus valiosas acciones y negocios). Parte de su fortuna la emplearía en la compra de objetos artísticos de la más variada procedencia y estilo que empezó a almacenar en los años 30 en un palacete parisino hoy centro cultural a su nombre. Junto a su interés por el arte mostró un acendrado amor por la naturaleza, lo que le llevó a comprar una propiedad en Normandía que constistía principalmente en un enorme jardín -diseñado por él- donde le gustaba sentarse solo a disfrutar de los encantos naturales.

La Segunda Guerra Mundial estaba a la vuelta de la esquina. Debido a un incidente diplomático (al parecer Gulbenkian habría mostrado una velado apoyo al gobierno colaboracionista de Vichy, aunque algunos hablan de oscuros intereses comerciales), en 1942 el gobierno británico le declaró "enemigo técnico". Aunque el estado revocaría su declaración al año siguiente, Gulbenkian ya había tomado la decisión de marcharse para siempre del Reino Unido e instalarse en Lisboa, en el lujoso hotel Aviz en el distrito de Avenidas Novas, donde viviría hasta su muerte en 1955. Londres acababa de perder la posibilidad de alojar la importante colección artística de Gubelkian, quien había mostrado interés en crear un museo en dicha ciudad pocos años antes. La capital del Tajo se ganaría al armenio para siempre, siendo la elegida para albergar la eclectica coleccion que llegaría a alcanzar más de 6.000 objetos incluyendo cuadros de Rubens, Van der Weyden, Rubens, Van Dyck, Corot, Degas, Manet o Monet, esculturas de Rodin o Houdon, y variopintas piezas de arte egipcio, turco, griego o japonés entre un largo etcétera. En su testamento final mostró su deseo de que se levantara un edificio exprofeso para albergar su colección. Es lo que hoy se conoce como Museo Gulbenkian.

No me resisto a hacer un pequeño comentario sobre la esposa de Nubar, uno de los hijos del magnate, la coruñesa Herminia Rodríguez-Feijoo Borrell, todo un epítome de la Belle Epoque: bella, deportista, amante de la fiesta y la velocidad (se dice que fue la primera mujer en sacarse el carnet de conducir en España, al poco estrellaría el lujoso Hispano-Suiza de su marido). Su matrimonio, que costaría a Nubar la enemistad con su padre, duró seis años, tras los que Herminia acabaría plantando a su cónyuge (ahí también demostró su carácter moderno) cuando éste tuvo un affaire con otra. Herminia moriría en 1971 en el pazo de Sigrás, cerca de A Coruña, donde acabó viviendo como una indigente. Scott Fitzgerald podría haber hecho una interesante historia con estos mimbres.



Pero retomemos, que esto no es el Hola. A poco de morir Calouste y siguiendo como decimos sus indicaciones, la Fundación creada por él se dedicó a buscar el emplazamiento en Lisboa para el museo y sede. Tras valorar cinco distintos lugares, se optó por el Parque Santa Gertrudes, una parcela triangular que desde hacía más de un siglo había sido lo que hoy diríamos una zona "verde". En 1860 fue adquirida por el político burgués y emprendedor Eugénio de Almeida, que levantó allí un palacio y encargó a Giuseppe Cinatti y Valentim Correia (ambos por cierto trabajarían en la restauración del Monasterio de los Jerónimos en Belém bajo la dirección del propio Almeida poco después) el diseño de un parque que sería atendido por el jardinero suizo Jacob Weiss. Almeida le dio el nombre de Parque Santa Gertrudes en honor a su madre e hija. Se da la circunstancia de que, en 1884, dicho parque devendría primer jardín zoológico de Lisboa (hoy en día no muy lejos de dicho emplazamiento, en Sete Ríos), y más adelante, a la par que se iba abriendo progresivamente al público, alojaría carreras de caballos y la Feira Popular. Finalmente, en 1957, el espacio fue comprado casi en su totalidad por la Fundación Gulbenkian, ya sabemos para qué: la construcción de una serie de edificios que, como indicaba el programa fueran "un perpetuo homenaje a la memoria de Calouste Gulbenkian y cuyas líneas reflejaran las características esenciales de su carácter: espiritualidad concentrada, fuerza creativa y sencillez de vida". Dicho edificio conquistaría el Premio Valmor en 1975 y sería declarado Monumento Nacional.




Como esto va para largo y te veo ya algo fatigado, casi que corto aquí y acabo el relato en otra entrada. 





domingo, 2 de agosto de 2015

La tentación tectónica


"¡Oh amargura revisitada, Lisboa de antaño y de hoy!"

"Dom Hans van der Laan, monje benedictino, arquitecto y teórico, observó en sus relevantes estudios sobre la naturaleza, la cultura y la liturgia, que la elevación de los menhires significa un primer acto de afirmación de la presencia humana frente a las leyes gravitatorias, dada su artificialidad. Estas construcciones no pueden entenderse todavía como propiamente arquitectónicas, pero constituyen un primer eslabón que servirá de apoyo inicial a su relato, y, por tanto, a la expresión de las necesidades del hombre, no sólo materiales, sino también espirituales.
La artificialidad a la que hacemos mención supondría en realidad una forma de enfrentamiento con la Naturaleza, se derivaría de la propia condición humana y de su libertad de elección, lo cual queda recogido en el Génesis, en el cual se señala a la arquitectura como una actividad propia del hombre caído tras su expulsión del Paraíso, añorado territorio del hombre inocente, del "hombre natural". La nueva condición humana, la propia del hombre caído, se materializa arquitectónicamente en la Torre de Babel, a la vez desafío y búsqueda de una nueva relación con la Divinidad, pues la Torre no significa sino una forma del templo que el hombre construye movido por su anhelo de Totalidad". (José Ignacio Linazasoro, La memoria del orden).