Hoy te voy a llevar de paseo arquitectónico por una calle madrileña breve pero de rancio abolengo, la del Monte Esquinza. ¿Que a santo de qué? Ya te explicaré, no me seas ansioso. Tú déjate llevar, relájate y disfruta.
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La nueva Audencia (pero ¿no le han añadido alturas?) |
Accedemos a la calle en cuestión desde la calle Génova, que te sonará porque en ella se encuentra la sede del PP, edificio que goza de una famosa y robusta marquesina a la que (ciertamente en otros tiempos) se encaramaba la cúpula del partido a celebrar éxitos electorales. Un poco más abajo de dicha sede, justo en frente de la Audiencia Nacional, que descubro ha sido felizmente actualizada (el antiguo edificio tenía un aire a fatigado hotel playero que echaba para atrás) arranca Monte Esquinza, con un edificio galáctico que dialoga a palos con los palaciegos bloques de viviendas de nuestra recoleta calle, en cuyas fachadas no será raro ver inscripciones con el nombre del arquitecto que los levantó y el año de su construcción, señal indiscutible de que estamos en una calle con una marcada vocación de excelencia arquitectónica.
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El bloque de Cantalauva |
Nada más adentrarse en la calle llama la atención un magnífico bloque de viviendas que me recuerda al Palacio de Comunicaciones (hoy ayuntamiento) de Antonio Palacios, aunque se trata, según se puede leer en la fachada, de una obra de un tal "T. Cantalauva, arquitecto". Gugleo y descubro que la T. es de Tomás, y que al edificio en cuestión (de 1912) se le conoce por el nombre de su primera propietaria, Enriqueta Sánchez-Rueda. Como curiosidad, te diré que en el periódico
La Monarquía del 1 de abril de 1911 aparece consignado don Tomás, con despacho en Lista 29, en un directorio de arquitectos. Y en una publicación especializada de la época (
El Eco de la Construcción) se hace referencia al edificio, destacando como gran avance que incorporará un sistema de cableado que hará posible la comunicación entre la portería y los pisos. Por lo demás la huella digital del arquitecto no parece muy marcada. Pero sigamos adelante.
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Presunta plaza de toros británica |
Avanzamos por la calle y nos encontramos con un extraño edificio que hace raya con el resto de los envarados paralelepípedos de la zona. Se trata de un enorme cilindro que duerme el sueño de los justos (aunque volvió inusitadamente a la vida hace dos años como sede de Casa Decor) y fue de 1966 a 2009 nada menos que embajada británica, hoy alojada en una de las Cuatro Torres de la Castellana. Los arquitectos, el británico W.S. Bryant y el madrileño Luis Blanco-Soler (el arquitecto de El Corte Inglés) dijeron inspirarse en un coso taurino, de ahí su forma (a saber). La
ficha del RIBA, menos imaginativa que todo eso, cataloga al edificio como brutalista y punto. Su dueño es en la actualidad un empresario vasco que lo compró a los ingleses por 50 millones de euros, veremos qué hace con él. Sigo caminando y me encuentro inesperadamente con un viejo amigo, el Goethe Institut, y mira tú por dónde este paseo deviene
safari sentimental, pues en este sobrio edificio estudié alemán unos cuantos años y en estas calles hice guardias nocturnas sin fin para poder matricularme (la demanda era brutal, casi tanto como para el British Institute, muy cerca de aquí por aquel entonces, que también frecuenté varios cursos). Hablo de los 80 y primeros 90, una ignota época en la que aún no había internet y todo se hacía presencial. Menuda lata.
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La "palabra suelta" de Carvajal |
Tranquilo, estamos llegando a nuestro objetivo. Tras dos sustos arquitectónicos de juzgado de guardia (un bloque moderno de un terrible color entre fucsia y morado y una piel llena de pústulas y otro que parece querer evocar los hormigones mullidos de Fisac pero que en esta calle no pega ni con cola) nos encontramos con otra sorpresa más, un estilizado edificio de hormigón que pegar, no pega mucho tampoco, pero al menos destaca por su elegancia. Para que veas que voy cogiendo nivel, lo primero en que pensé cuando lo vi fue en Carvajal (parece una versión mini de la torre de Valencia), y efectivamente, cuando me cambié de acera (en sentido literal) a la vuelta del paseo me topé con una de esas gruesas placas de bronce que data el edificio (1966-70), nos da su autor y de paso algunas explicaciones sobre el inmueble, en concreto una cita muy reivindicativa del propio Carvajal que transcribo:
"El hormigón que para mí ha sido tan sugerente quiso ofrecer más cosas de las que se suelen hacer con él, más allá de estructuras que se ocultan... Quise decirlo así y ahí está Montesquinza, como palabra suelta, junto a otras palabras sueltas de otros arquitectos porque no demasiadas veces nos dejan decir a los arquitectos las palabras nuevas y distintas". J.C.
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¿La fundación de Foster? |
Y por fin, cuando nuestra calle a punto está de morir en la de Jenner, hallamos el destino de nuestro pequeño peregrinaje arquitectónico, que no es otro que el palacete de Saldaña que en su día Norman Foster comprara a Cajamadrid, y que también por cierto alojó una embajada (la de Turquía),
aquí ya hablamos de él. Recientemente fue objeto de polémica porque tras rechazar Patrimonio las obras de adecuación para convertirlo en una fundación abierta al público, Foster declaró que renunciaba a hacer dicho proyecto (
aquí tratamos el tema), para desesperación de profesionales y aficionados. El caso es que en el último
Arquitectura Viva (174), me he quedado de piedra al ver que se da por hecho que la fundación existe en dicho palacete, en una entrevista que con ocasión de los 80 años recién cumplidos del británico conduce Fernández-Galiano (arquitecto de la palabra) precisamente en dicho edificio, del que se ven fotos en las que efectivamente podemos distinguir maquetas de obras significativas y dibujos de proyectos del de Manchester. Quizá la entrevista habría sido aún más interesante (pero también menos elegante) si don Luis hubiera sacado el tema. En todo caso para eso me acerqué a Monte Esquinza, es obvio que no esperaba que Norman y Elena me recibieran con un gin-tonic, pero al menos esperaba ver algún tipo de pista (otra placa más) indicando la existencia de dicha fundación, no es así: no hay señal alguna que nos indique lo que se esconde tras la fachada del palacete. Sí es obvio es que el edificio (tanto por fuera como por dentro) está primorosamente restaurado, confiemos que en un futuro todo esto no quede en palabras sueltas, sino que se pueda visitar y se organicen exposiciones y eventos. Mientras tanto siempre podremos decir que hemos vuelto de nuestro viaje, como en la
Ítaca de Kavafis, un poco más sabios.
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