Benidorm puede ser Patrimonio de la Humanidad. No, no es una noticia de El Mundo Today, es real. Seguro que mucho cooltureta ha encontrado la noticia desopilante, algo así como si se postulara a Georgie Dann para el Grammy latino, pero lo cierto es que la propuesta ha sido planteada por Mario Gaviria, un sociólogo y urbanista Premio Nacional de Medio Ambiente en 2005, en razón precisamente de su sostenibilidad (la ciudad densa y compacta llevada al paroxismo) y de su carácter de tierra de promisión para las ocho millones de personas que la visitan cada año en busca de felicidad vacacional: “Representa como ninguna otra ciudad el ideal del Estado de Bienestar”, señala el sociólogo, que lleva más de treinta años defendiendo el modelo benidormí.
Y no es el único. En 2008 el francés Philippe Duhamel, experto en turismo, también lanzó la idea, comparando Benidorm con Dubai. Y en 2002, cuando se estrenó el hotel Bali, que con sus 186 metros se convirtió en la torre más alta de España, Luis Fernández-Galiano, un habitual defensor de la ciudad, le dedicó un vehemente artículo defendiendo su aportación: Benidorm sería según el catedrático de proyectos el McDonald's del turismo para a continuación, citando a Philip Roth, señalar que dicho establecimiento de comida rápida, como la ciudad, cumple una nada desdeñable función social, y es que no todo el mundo puede ir a comer a Arzak, por no hablar de su socorrido uso para celebraciones de cumpleaños por parte de fatigados progenitores. Por cierto que hablando del Bali decir que el rascacielos cuando aún estaba en construcción se convirtió en protagonista inanimado de la película Huevos de oro de Bigas Luna: era la obsesión de la cupiditas aedificandi de Benito Fernández (interpretado por Bardem), un promotor cani que refleja a la perfección el espíritu depredador de la que se dio en llamar la cultura del pelotazo. Nada más lejos de la realidad en el caso de dicha torre, y en general del modelo Benidorm: sus promotores suelen ser locales, a menudo reacios a pedir préstamos (con lo que las obras se eternizan: la Bali tardó más de diez años en acabarse) y tienen una clara vocación por el sector turístico, lo que no ha impedido sonados fracasos como la torre In Tempo (precisamente por no seguir dicho modelo), lo que no debería hacernos olvidar que, según Wikipedia, es la segunda ciudad con un mayor número de rascacielos por metro cuadrado del mundo tras Nueva York.
Antes aún, el filósofo marxista y experto en urbanismo Henri Lefebvre señaló que la alicantina era la ciudad más habitable desde la II Guerra Mundial. Lefebvre fue uno de los ideólogos del Mayo del 68 francés, ya sabes, el de eslóganes como "bajo los adoquines, la playa", que buscaba entre otros dispares objetivos una recuperación de lo lúdico-festivo ante la alienación provocada por una sociedad burocrática y reglamentista. Beniyork como algunos la llaman cariñosamente no sería otra cosa que la realización de ese sueño de felicidad abierto todo el año (la Organización Mundial del Turismo reconoce que Benidorm fue la primera ciudad en desestacionalizar el sector). Si hay una arquitectura del terror que tan bien han sabido capitalizar la literatura y el cine y una arquitectura del poder que tan bien han sabido utilizar los políticos (observa la cabecera de la soberbia serie House of Cards), ¿Estaríamos en Benidorm ante el mayor ejemplo planetario a gran escala de la famosa arquitectura de la felicidad de Alain de Botton? Sin entrar en consideraciones ético-estéticas (¿Se trata de una felicidad de calidad o una simulación puramente epidérmica y artificial? ¿Puede un ocio industrial alienar tanto o más que el trabajo? ¿El Estado de Bienestar era esto?), lo cierto es que Benidorm es la historia de un éxito rotundo que está aquí para quedarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario