Hace poco hablábamos de lo que se dio en llamar el paquebot-style a vueltas con el Club
Náutico donostiarra. Y hoy te traigo fotos del Museo Stedelijk de
Amsterdam con ampliación a cargo de
Benthem Crouwel que con cierta imaginación podríamos calificar de Star Trek-style. Ambas varadas naves en
color blanco nuclear, parecen estar a punto de partir hacia fronteras ignotas.
Los holandeses, seguramente con mejor criterio, han apodado al edificio con un
nombre mucho más de andar por casa: la bañera. La ampliación, que conocimos en render años atrás, nos puso los pelos
como escarpias, y es que hay que tener valor para colocar semejante anexo realizado con una fibra sintética (de nombre Twaron) extremadamente ligera y resistente justo
delante de un edificio de tradicional arquitectura holandesa a base de ladrillo que data de 1895.
Sin embargo, en vivo y en directo, la
ampliación me pareció interesante y muy práctica ya que dota al museo de una
impactante entrada que desde luego no pasa desapercibida, más salas en la planta superior, una tienda y
cafetería de dimensiones notables donde los hipsters más exigentes estarán en su salsa, como debe ser
en todo museo de arte moderno que se precie (máxime en una ciudad que va de cool), y una planta sótano donde se
acomoda una pequeña biblioteca. Recomendamos, con todo, no fijarse mucho en los
“puntos de fricción”donde el viejo
edificio y el nuevo conectan, sólo aptos para mayores con reparos. Esta ampliación bien podría definirse como antirretiniana, adjetivo
acuñado por Duchamp que descubro en el recomendable libro ¿Qué
estás mirando? 150 años de arte moderno en un abrir y cerrar de ojos de Will
Gompertz; sí, seguro que al autor de La
fuente le habría encantado la bañera.
El hecho de que los amsterdameses hayan bautizado al Stedelijk
sería una prueba, según apunta Fernández-Galiano, de que ha tenido un cierto
éxito popular al conectar con sus posibles usuarios. Don Luis hace tal
afirmación en la entrevista que para la colección de DVDs de Arquia realiza a Oriol Bohigas, el hacedor
de la moderna Barcelona (a punto de morir de éxito), al repasar el último edificio de su estudio, un extraño artefacto de belleza distraída que la ciudadanía ha dado en
llamar La grapadora. Ya puestos, comentaremos sobre la entrevista
que el director de Arquitectura viva
se reprime y se adapta al ritmo lento del catalán, algo que le honra al no
intentar (como tantas veces ocurre entre los entrevistadores) robar
protagonismo al entrevistado. Por contra el resultado es una entrevista algo plana
y sin mordiente. Imagino que la de Moneo (con quien don Luis seguramente tiene
una mayor complicidad) tendrá más enjundia.
Anexo y museo en pleno diálogo (de sordos) |
Estaría bien que en Arquia se plantearan cerrar esta serie
de entrevistas con una al propio Fernández-Galiano conducida, se me ocurre, por
Andrés Jaque o Eduardo Prieto. Igual iba a ser la más interesante de todas. Testigo de excepción de la década
prodigiosa y su ominosa coda, don Luis tendría mucho que decir. Entre una infinidad de temas podría por
ejemplo responder a aquellos blogueros que se dedican a ver vigas en ojos
ajenos, actividad por descontado esencial, especialmente cuando internet parece estar
convirtiéndose en un inocuo pastizal en el que el ánimo crítico pasó a la
historia, abunda un exhibicionismo sonrojante entre famosos y aspirantes
(los demás no andamos a la zaga: el exceso de exposición e interacción virtual
nos acabará volviendo majaretas) y en el que cualquiera (empezando por un
servidor) tiene libertad para meterse en jardines ajenos. Lástima que alguno
de esos críticos, a pesar de sus innegables dotes, siempre vea la viga en el
mismo ojo. Resulta cansino y poco imaginativo, especialmente cuando para una misma situación suele haber variados culpables. En fin, qué fácil es para los que vemos los
toros desde la barrera emitir juicios (a veces durísimos). Todos deberíamos
recordar más a menudo ese demoledor dicho tan español según el cual la virtud no
sería otra cosa que la ausencia de oportunidad.