Mis señores padres me debían un regalo, así que me los llevé el otro día a Ivorypress y les invité a que me compraran Por qué importa la arquitectura, de Paul Goldberger, crítico de arquitectura del New York Times (ahora ha fichado por Vanity Fair) y premio Pulitzer en 1984. Se trata de un libro publicado por la editorial de Elena Ochoa. Ya puestos les hice de guía para la exposición de Zaha Hadid que aún se puede visitar en la sala de exposiciones anexa y de la que aquí ya hablamos (a pesar de mis esfuerzos creo que no acabaron de cogerle el punto). No es mi primera visita familiar a la editorial.
La primera agradable sorpresa que reporta el libro es la calidad de su edición, las tapas por ejemplo ofrecen un agradable tacto más cercano al cuero que al papel. La segunda, que está prologado por Luis Fernández-Galiano, amigo cercano de los Foster. Se trata, como indica en el título, de un insólito prólogo solo para arquitectos, lo cual tiene su explicación en una voluntad del catedrático de proyectos y académico de Bellas Artes por animar a los arquitectos (al parecer reacios ante un crítico que va de generalista) a que lean el libro. A Goldberger no le gusta mucho la teoría:
"El único modo de aprender es mirar, volver a mirar, y luego mirar un poco más. Aunque esto no garantiza que nos convirtamos en entendidos en arte -al igual que probar muchos vinos no convierte a nadie en experto catador-, se trata del único comienzo posible y, en única instancia, de la parte más urgente de ese largo proceso de aprendizaje. Este libro se pone decididamente de parte de la experiencia. Entre caminar por las calles y leer un libro de historia de la arquitectura, siempre escogeré caminar, y así experimentar el poder de la percepción real. Los datos -ya sean rasgos estilísticos, nombres de recónditas piezas de ornamentación clásica o fechas de nacimiento de grandes arquitectos- se pueden encontrar luego en los libros. La sensación de estar en el espacio arquitectónico -qué se siente, cómo salta a la vista, nos revuelve las tripas y, si tenemos mucha suerte, nos produce escalofríos- no puede entenderse salvo estando allí".Dos últimas consideraciones: a ver cuando don Luis se anima a publicar un libro. Sus prólogos y artículos editoriales en AV siempre nos dejan con ganas de más. Con Elena Ochoa como madrina lo tiene fácil. Y si no tiene tiempo entre sus múltiples ocupaciones, que al menos nos ofrezca una selección de los artículos que escribió para El País durante 13 años nada menos. Segundo: la traducción de Jorge Sainz (arquitecto, profesor de la ETSAM y traductor especializado en temas arquitectónicos) es impecable, algo que se agradece. Sainz, en un intento de acercar el texto al lector español, ha ido más allá de lo que quizá cabría esperar de un traductor fiel, introduciendo ejemplos de arquitectura y cultura españoles que no estaban en el texto original (muy centrado en el ámbito norteamericano y neoyorquino en particular). Goldberger alaba esta españolización -que diría Wert- en su propio prólogo para esta edición. A mí no me acaba de convencer. Quizá si no supiera que las alusiones a El Escorial o al Juan Tenorio de Zorrilla -por poner dos ejemplos- son probables añadidos del traductor me encantaría encontrarlas en el texto. Sabiendo que seguramente son morcillas de Sainz me resultan postizas y poco sinceras. Esperemos que esto no se generalice y acabemos encontrando ediciones customizadas por ejemplo de El Quijote en las que se puedan encontrar cosas como "En un lugar de las Midlands del que no quiero acordarme"... Anécdotas aparte, recomendamos este libro, especialmente a los simples aficionados como yo. Como dice Fernández-Galiano: "Su oído atento al rumor de la calle hace tanto por acercar la arquitectura a la gente como por introducir la opinión de la gente en el universo a menudo endogámico de la arquitectura".