Las fotos que te he mostrado en las últimas entradas son del Historische Museum Frankfurt (HMF), del estudio LRO, inaugurado en 2017. El estudio de Stuttgart tenía ante sí un reto fenomenal: había que coser un collage de edificios históricos (conocido como Saalhof) construidos en un extenso periodo de ocho siglos frente al Meno y que incluyen la Rententurm (torre de la aduana del siglo XV), el Bernusbau (un bello edificio barroco del XVIII levantado por la familia Bernus, que habían hecho ingente fortuna con el comercio de tejidos), el Burnitzbau (construcción neorrománica del XIX que debe su nombre al arquitecto que lo diseñó, Rudolf Burnitz) y una capilla de planta semicircular que se adosa a este último, todo ello en la zona donde se elevaba el palacio imperial de los Hohenstaufen (o Staufer), familia que fue cuna de reyes y emperadores en la Edad Media. El Saalhof, aunque tocado, resistió los temibles bombardeos aliados, particularmente el más letal de marzo de 1944, en el que participaron más de 800 bombarderos y que como comentábamos reventó la ciudad antigua, y ha alojado el museo de historia de Fráncfort durante más de 150 años. Obviamente tras la guerra el museo tuvo un emplazamiento alternativo pero ya en 1955 volvió al parcialmente derruido Saalhof. Sin embargo pronto devino obvio que se necesitaba construir un museo moderno y tras un intento fallido en los años 60 en 1972 se estrenaba el edificio, precursor del actual, que cerraba la manzana de construcciones históricas con un bloque brutalista a cargo de los arquitectos municipales F. W. Jung y Rudolf Schanty. Dediquemos unas líneas a este edificio, hoy ya desaparecido. Alineado estéticamente con el también brutalista "Ayuntamiento Técnico" que mencionamos en la pasada entrada, fue muy polémico desde sus inicios no solo por sus formas, que chocaban violentamente con las de sus añejos compañeros, sino por las acusaciones de sesgo ideológico (marxista) de sus jóvenes comisarios, no olvidemos que estamos en plena resaca del Mayo del 68. Acaso para apaciguar a estos críticos se emplazó una estatua hiperrealista de Carlomagno en la entrada principal que le sentaba al abstracto edificio como a un Cristo dos pistolas. Las formas ortogonales del flamante museo, espartano por dentro y por fuera, no fueron casuales o resultado de una moda (recordemos que a esas alturas el Movimiento Moderno llevaba años haciendo aguas) sino que pretendían mandar un mensaje rupturista y desmitificador que se manifestaba también en la programación. Sorprende ver hace más de cuatro décadas exposiciones con una perspectiva de género como la titulada "El Movimiento de la Mujer y la vida diaria de las mujeres 1890-1980" u otra sobre la mujer en la Revolución Francesa, por no hablar de muestras de novedosa temática como la que se dedicó a la ropa interior de 1700 a 1960 (y que atrajo a más de 100.000 visitantes) o la primera exposición alemana dedicada a la migración. Su vocación pedagógica fue también innovadora para la época (muchos se quejaban de que pareciera más un colegio que el típico museo a mayor gloria de la historia local) buscando acercar la institución a todos, así fue uno de los primeros que creó una sucursal para niños aún activa y las exposiciones iban acompañadas de carteles explicativos a menudo con un enfoque crítico, que fue como decimos mal entendido por las fuerzas vivas locales. Dichas innovaciones fueron muy seguidas y debatidas por los intelectuales y profesionales del sector incluso más allá de las fronteras alemanas. El caso es que allá para 2003 se empezó a hablar de la necesidad de rehabilitar el edificio, debate que, como le pasó al Ayuntamiento Técnico, acabaría con la decisión de meter la piqueta a degüello y aquí paz y después gloria. Un tal Fried Lübbecke, de la "Asociación de amigos activos del casco antiguo", contribuyó a dicho debate con cultivada perla según la cual el ortogonal museo no sería sino "una prolongación dictatorial de la época de May", refiriéndose a Ernst May, el arquitecto creador del Neue Frankfurt que buscaba dignificar la vivienda obrera (recordemos aquí la famosa cocina de Fráncfort de Margarete Schütte-Lihotzki que, en su ordenada distribución, ha llegado a nuestros días, hay una expuesta en el HMF). Al señor Lübbecke le propondríamos esta cita de Colin St John Wilson (muy crítico por otra parte con los modernos heroicos a los que, como él, calificaba de tiranos): "El trabajo de May en Fráncfort constituye un milagro de juicio equilibrado, innovación técnica, ingenio en la planificación y sentido común en la economía". El caso es que en mayo de 2011 se celebró una Abrissparty nada menos ("fiesta de demolición", flipante) para despedir al adusto museo, nos preguntamos si acudirían Jung y Schanty, los autores. Acaso para entonces ya no estaban con nosotros (casi mejor). Fotos de la party, observa al chaval con el martillo hidráulico emulando a Walter Kolb, el antiguo alcalde, como veíamos en la anterior entrada; a joven tan afanoso nos gustaría decirle, como tituló Adam Caruso su ensayo para a+u, que todos los edificios son hermosos, así lo demuestran las imaginativas rehabilitaciones de su estudio. En fin. Por cierto que en mi foto de hoy tienes un fragmento de dicho edificio, expuesto en el HMF como reliquia algo gore de una de las ménsulas (por llamarlo así) que sobresalían de su estricta fachada, única concesión formal del extinto museo.
En 2007 el ayuntamiento lanzó un concurso internacional para crear un edificio completamente nuevo al que se presentaron 47 propuestas. Nos hubiera gustado saber qué estudios participaron, pero no hemos logrado encontrar referencia alguna a los competidores. La ganadora, como sabemos, fue la del estudio LRO con sede en Stuttgart, proyecto culminado en 2017 y que fue precedido de una profunda y excelente reforma del Saalhof a cargo de Diezinger Architekten con un coste de casi 20 millones de euros (otros 53 millones se llevó el nuevo edificio). LRO se decanta por trocear aún más el espacio expositivo creando dos nuevos edificios en lugar de uno solo (como se había hecho en el antiguo museo y propusieron al parecer todos los contendientes) al objeto de crear una plaza abocinada que da la bienvenida al museo, plaza muy valorada por el jurado del concurso al replicar las plazas trapezoidales del antiguo caso histórico y bajo la cual se asientan más salas y generosos pasillos que conducen a los diferentes edificios del conjunto, distribución que el visitante novato descubre con regocijo infantil gracias a una suerte de periscopio dorado en medio de la Museumsplatz que permite vislumbrar las salas inferiores. En ellas por cierto se asienta otro guiño a la infancia: una gigantesca bola de nieve que permite al parecer (cuando estuve no funcionaba) vislumbrar las imágenes de ocho modelos urbanos. Lo mismo podría decirse de las pequeñas contraventanas que, entreabiertas, horadan parte de la fachada del edificio mayor (ver fotos en entrada anterior). Iluminan sin deslumbrar las escaleras, pero es obvio que principalmente buscan generar misterio y curiosidad en el desprevenido transeúnte, que se sentirá atraído a entrar en plan Hansel y Gretel (los Grimm nacieron cerca de aquí). Si es que al final nos pierden las narrativas, fíjate lo que dice Liu Jiakun, el arquitecto y escritor recién premiado con el Pritzker: "Escribir novelas y practicar la arquitectura son formas de arte distintas, y no busqué deliberadamente combinar las dos. Sin embargo, tal vez debido a mi doble formación, existe una conexión inherente entre ellas en mi trabajo, como la calidad narrativa y la búsqueda de la poesía en mis diseños". Según señala Jan Gerchow, director del museo desde 2005 y gran impulsor del nuevo HMF, fue la forma aún más importante que la función en la selección del ganador ya que se buscaba una integración fluida del museo con "la nueva ciudad vieja" (ver entrada anterior). Es obvio por tanto que LRO se decantaran por tejados a doble vertiente, especialmente en el edificio mayor, que incorpora dos especialmente apuntados que tienen su refejo en el interior, la última planta no oculta sus puntiagudas formas con falsos techos o cerchas. Ese mismo rechazo formal al museo anterior lo vemos en la tipografía y señalética del nuevo HMF, premiada en varias ocasiones. Frente al trabajo austero del diseñador gráfico Herbert W. Kapitzki, que vistió los interiores del desaparecido museo, el joven Ammon Studio ha desarrollado una florida tipografía y un logo (la M mayúscula y el rombo en rojo vivo) que recuerda de manera asertiva los tejados a doble vertiente y los motivos en la fachada que alberga la entrada principal al museo. Donde sí que se mantiene el espíritu del antiguo edificio es en su firme voluntad de ser un museo para todos, profundamente didáctico y alejado de "un lugar de culto en el que las clases medias educadas puedan ir a adorar" en palabras de Gerchow, quien sostiene que el gran cambio de rumbo de la institución se produjo cuando pasó de ser un museo sobre Fráncfort a ser un museo para Fráncfort. Lejos de una disposición cronológica lineal, en la exposición más propiamente histórica (Frankfurt ¿una vez?, interesante la formulación en pregunta, como avisando de que las tormentas pasadas pueden volver), la información se desparrama de manera transversal en torno a diversos temas, mezclando épocas sin empacho. Desde la perspectiva de un boomer proclive al orden la sensación es un punto caótica (a lo que se une como apuntábamos la dispersión de las exposiciones en siete edificios diferentes, los cinco del Saalhof más los dos nuevos y la planta bajo la nueva plaza) pero es obvio que estamos ante un museo dinámico que quiere fomentar la búsqueda, la sorpresa y el juego. ¿Es el HMF posmoderno en formas y planteamientos? Seguramente, ya vimos que la posmodernidad pegó fuerte en la ciudad, de hecho la primera gran exposición sobre esta tendencia tuvo lugar aquí, en el recién inaugurado entonces Museo de Arquitectura de Alemania (DAM) en 1984. Treinta años después hubo una reedición para recordar el evento. Más curioso es el hecho de que en 2017, cuando ya habían sido demolidos tanto el Ayuntamiento Técnico como el antiguo museo de historia, el DAM organizara una exposición sobre el brutalismo que atrajo a casi 50.000 personas. Será, como dice el filósofo alemán Slodertijk, que el gris es el color de la contemporaneidad. O que no hay nada como desaparecer para que te aprecien.
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