En la anterior entrada hablábamos de nuestro edificio favorito de Mario Botta pero hoy toca ser algo más críticos. Atención: Voy a ser muy subjetivo, así que si consideras con razón que un no-arquitecto no puede juzgar un edificio te ruego dejes aquí tu lectura. Avisado quedas, no quiero que te me sulfures y menos en fechas tan señaladas.
Chambéry es una ciudad francesa de atractivo inesperado. Parada técnica si vas en coche a Italia, ofrece bastante más encanto que otros enclaves presuntamente más interesantes como Carcassone, un poco (o un mucho) de cartón piedra. Misma sorpresa para bien te llevas con Toulouse, la Ville Rose por el color de sus bellos edificios construidos en ladrillo de terracota. No defraudan por supuesto Nimes y sus magníficos restos romanos (ni tampoco el Carre d'Art de Foster o el Nemausus de Nouvel, obras de juventud que han envejecido realmente bien) o Arlés, donde hasta el mini-Guggenheim de Gerhy acaba pareciendo resultón.
Volviendo a Chambéry, la tranquila ciudad prealpina de unas 60.000 almas hace gala de un armoniosa traza urbana y unos bellos edificios decimonónicos. Son famosos allí los traboules, pasadizos que atraviesan los patios interiores de los edificios más antiguos y que fueron utilizados en tiempos para esquivar a la autoridad competente. De noche, apenas iluminados por faroles, resultan especialmente sugerentes. Igualmente merecen mención el castillo de la dinastía Saboya y los imponentes cuarteles que alojaron a tropas napoleónicas. Si eres madrileño el nombre de la ciudad te sonará, uno de los barrios del norte de la capital se llama Chamberí y al parecer procede de un acuartelamiento francés proveniente de la ciudad gala que se asentó en la zona durante la Guerra de Independencia.
Botta recibió en los 80 el encargo precisamente de rehabilitar este complejo cuartelario y construir un auditorio para 900 personas. Cuando llegué allí lo desconocía y eso que ya le había dado un tiento al libro de Sakellaridou. El susto fue importante. Si, como repite machaconamente Wilson en La otra tradición de la arquitectura moderna citando a Aalto, lo que importa no es el aspecto que tiene un edificio cuando está recién hecho, sino el que tiene treinta años después, en nuestra opinión el Espace André Malraux, su nombre oficial, ha envejecido mal a sus 38 años. En 1987, en pleno afán por "aflojar el corsé ideológico [moderno] que había asfixiado la arquitectura desde la Segunda Guerra Mundial" en palabras de David Rivera (Teatro Marittimo n.4) puede que tuviera más sentido, de hecho fue finalista de la primera edición de los premios Mies van der Rohe, que mira que tiene guasa (también estaba, increíble, el Museo de Orsay pero claro Bofill -me parto- era uno de los miembros del jurado presidido por Kenneth Frampton: afortunadamente lo ganó Siza y su banco Borges & Irmão, más aaltiano que corbuseriano, lo que quizá ayudara en la decisión aunque imaginamos que debió montarse un buen belén hasta lograr el fallo). Hoy el Malraux nos recuerda a Gehl cuando habla de arquitecturas "caca de pájaro", objetos "con formas graciosas" como caídos del cielo sin el más mínimo respeto por su entorno. No entendemos su forma cilíndrica, tan querida por Botta, justo al lado de los ortogonales cuarteles, contra los que parece precipitarse en violenta colisión (en ninguna de las fotos "oficiales" verás ese diálogo a palos entre ambas construcciones), ni su fachada a franjas bicolores de nuevo tan típica del suizo y del norte de Italia pero que aquí es totalmente ajena. En medio de ambos edificios, como elementos de transición que amortigüen la inevitable colisión Botta deja una suerte de huecos, de nuevo su santo y seña, en forma de pasadizos que quizá intenten aludir a los mencionados traboules pero una vez dentro pensarás que están más cerca de uno de esos Pasajes del Terror de nuestra infancia. Wrede, en el catálogo de la exposición que comisarió sobre Botta en 1986, justo cuando se terminaba el Malraux, ya hace hincapié en esta "tensión": "Así, en el centro cultural de Chambéry Botta crea deliberadamente un fuerte contraste entre la forma tradicional y cerrada de los cuadrados cuarteles napoleónicos y su nuevo y curvo complejo teatral moderno con el que limita. Y sin embargo, aun siendo altamente heterodoxo, esta yuxtaposición está claramente pensada, produciendo una fuerte resonancia precisamente debido a esta tensión de contrastes". Sakellaridou en su libro sobre Botta publicado en 2000, incide igualmente en ese contraste siguiendo de cerca a Wrede: "La masa del edificio se muestra tanto en yuxtaposición como en relación con los cuarteles. (...) Una fuerte presencia nueva se introduce como contrapeso a la enorme escala de los cuarteles. La tensión creada entre las dos masas es una decisión consciente" . La arquitecta de Samos, que poco después trabajaría con Botta en dos proyectos en Atenas, concluye: "Este es un proyecto que tiene como objetivo restaurar la urbanidad". En 1988 la revista Arquitectura del COAM edita el número 273, dedicado entre otros edificios al Malraux y, lo que son las cosas, al asilo Sant'Elia de Terragni en Como, recién restaurado por aquel entonces y portada de la revista. En este número está también la entrevista que hacen al arquitecto Nieto y Sobejano como mencionábamos en la anterior entrada. Aquí ya no estamos frente a un texto laudatorio sino crítico, veremos si Botta sale tan bien parado. El editorial ("Razón crítica") plantea un objetivo claro para el número: "La reflexión planteada hoy por ARQUITECTURA se centra en torno a la lectura crítica, no tanto de los hechos arquitectónicos, como de los razonamientos que los motivan, los principios que son soporte de la obra del arquitecto. Así, frente a las modas cambiantes que reflejan en sus superficiales resultados la carencia de un apoyo teórico, debemos considerar la arquitectura que se asienta firmemente sobre una clara posición, una razón crítica que, en palabras de Rafael Moneo, avanza una teoría a la vista de las que ofrece el pasado y el mundo de realidades que acoge la arquitectura en su seno". Y centrándose en el suizo, señala: "Una diferente y contradictoria motivación es la que subyace en la obra de Mario Botta, donde una línea constante y una interpretación personal del concepto de lugar y de la asimilación cultural de la forma, dan paso a una arquitectura de invariantes inmersa en la intensidad de un diálogo propuesto por el paisaje y las formas ancestrales y primitivas más elementales. Si la riqueza de la arquitectura de la ciudad, en sus palabras, se origina a través de la superposición de distintas intervenciones individuales y el lenguaje del arquitecto se caracteriza por describir un arco personal y autobiográfico que evoluciona con el tiempo, tal vez cabría considerar que las aportaciones más personales del autor, y en esa medida menos racionales, están manifestando, finalmente, una arquitectura desde la crítica a la razón". Pues si lo que están diciendo es que su arquitectura es irracional, autoral e inmutable, yo diría que le dan, muy finamente, un buen palo (aunque igual desde la perspectiva de los 80, tan posmo, semejantes atributos son positivos pero no lo parece). Veamos en la entrevista de Nieto y Sobejano cómo se defiende el de Mendrisio. Los entrevistadores inciden también en que su arquitectura parece estar decidida de antemano, ignorando su entorno, a lo que responde: "Es común a todos mis proyectos el esfuerzo por hacer que el contexto enriquezca la obra de arquitectura y que la obra arquitectónica venga a enriquecer al contexto. Me interesa más que el objeto arquitectónico mismo, las relaciones que este objeto establece con su entorno. Creo que de la intensidad de este diálogo depende la calidad de la arquitectura". No contentos quizá con la respuesta, que parece ajustarse mal con la cruda realidad, algo más adelante vuelven a la carga tras haber señalado el suizo su vocación formalista (llega a decir literalmente que la forma es una función): "Una gran preocupación por la imagen del edificio convierte su arquitectura en algo personal y claramente identificable (...) ¿No es en cierto modo un discurso contradictorio con el pretendido diálogo con el medio?" Y aquí directamente se sale por la tangente. Preguntado ahora sobre "el reciente posmodernismo" dice no sentirse identificado con él, dando una respuesta algo contradictoria tras su encendida defensa de la forma frente a la función: "El Postmodernismo es una fuga hacia la escenografía ... la idea de la fachada. La arquitectura es otra cosa ... no es sólo la forma. La arquitectura es un hecho ético, no estético ... debe proponer valores, no dar forma a los fantasmas". Nieto y Sobejano vuelven a dar donde más duele preguntándole si su obra podría entenderse como una respuesta de estilo más que como una búsqueda ética o social, a lo que, acaso acorralado, responde categórico: "No, yo reitero que la arquitectura es antes una labor social y colectiva que una función estética. El arquitecto es un artesano ante todo y la forma debe ser un signo de la cultura y el espíritu social que se resista a lo banal y efímero, a la tentación tecnológica y a lo intrascendentemente moderno". Y para finalizar, puntilla en toda regla: "¿Se hace entonces una lectura superficial de su obra al hablar de invariantes de estilo, de recursos de una arquitectura preeminentemente formal?" Respuesta desarbolada y fin de la entrevista: "Desde luego, la forma es sólo la envolvente del espacio, de la luz que nos relaciona con la naturaleza, la fusión de la tierra y el cielo que recupera un sentimiento primitivo hacia el que siempre volverá el mundo del arte...".
El caso es que Botta ha seguido haciendo de su capa un sayo. Echa un vistazo a su página web y juzga tú mismo. Por si no tienes tiempo o ganas te he seleccionado dos proyectos, los de Atenas junto a Sakellaridou. En el primero, un complejo de oficinas, la potente composición de volúmenes funciona bien porque no tiene contexto, en el segundo, el Banco Nacional de Grecia nada menos, el edificio se pega literalmente con sus vecinos de bella factura decimonónica. En fin. En España, como te decía, no tenemos nada suyo, pero presentó proyecto para el muy historiado concurso del Kursaal donostiarra ganado como todos sabemos por Moneo, edificio del que acabamos de celebrar su 25 aniversario. Este sí que ha aguantado bien la prueba del tiempo. Me despido con el soberbio artículo que le dedicó en 1999 Fernández-Galiano, que despacha con una breve frase el proyecto de Botta: cilindro fatigosamente previsible...