¿Qué tal tu Halloween? Yo disfruté entre otras cosas viendo La caída de la Casa Usher, la estupenda serie de Mike Flanagan, un mashup de los más famosos relatos de Edgar A. Poe enhebrados en torno al tema, muy de moda ahora en la ficción anglosajona, de la adicción a los analgésicos. Te la recomiendo si te gusta el atormentado escritor americano y las cintas de terror (no existiría el género sin la disciplina a la que dedico este tu blog). Tiene algún momento slasher pero sin pasarse. Si encima eres de mi quinta, disfrutarás viendo a Mark Hamill, el Luke Skywalker de Star Wars, en un papel que borda. Y tiene su enjundia. Solo por el discurso que Madeline suelta en el último capítulo merece la pena verla, ahí lo dejo.
Halloween también nos ha dejado algún que otro buen susto arquitectónico. Ma Yansong, antes muerto que sencillo, nos acaba de mostrar su último proyecto (aún solo rénder, hay esperanza) y casi me ha dado más miedo que la serie. Ha cogido una antigua fábrica de cemento en Shanghái, ha mantenido su estructura cadavérica en plan casa Usher, le ha plantado encima una suerte de espectro plateado o nave alienígena (de peli de Serie B) y aquí paz y después gloria. Es mi triste obligación enlazarte a tal engendro, no sin antes avisarte de que las imágenes pueden herir gravemente tu sensibilidad (aunque también es cierto que para gustos los colores), ahí va. No ha sido el único susto reciente. OMA nos ha demostrado de lo que es capaz en Mánchester con los Aviva Studios, una enorme crisálida de belleza distraída diseñada para descomunales eventos artísticos (¿necesarios? The Shed, un concepto parecido, está infrautilizado) que parece ser una versión cutre de La Casa da Música y encima ha costado el doble de lo proyectado. Tú mismo.
Para endulzar el trago, y porque se nos quedó pendiente, retomo el tema jardín aunque ya no pegue ni con cola. Hablábamos del Lur Garden de Íñigo Segurola, quien, curtido como te decía en la televisión, sabe crear narrativas casi tan fantásticas como las de Flanagan. Para su bello jardín de Oyarzun no pierde ocasión de explicar que el diseño se le ocurrió tras una noche de insomnio (igual era Halloween) en la que piensa que fue abducido por Mari, la divinidad de las cavernas en la mitología vasca, para poco después soltar que el agua de uno de los estanques del jardín se mantiene incorruptible a pesar de no renovarse porque, según le dijo algún esotérico visitante, sería una puerta a otra dimensión. Personalmente no experimenté ninguna abducción o transición dimensional, pero te puedo asegurar que el lugar es verdaderamente mágico (incluso para visitantes adolescentes, que ya es decir). Es cierto que comparados con los parques franceses, tan cartesianos y ordenados, el Lur (Tierra en euskera), diseñado a partir de formas circulares, te parecerá algo caótico e incluso agobiante (hay un momento en el que para seguir el camino tienes que casi llevarte por delante varios macizos de hortensias), pero el objetivo es crear un efecto de inmersión en la naturaleza realmente único y provocar "una desorientación inspiradora" (como dice Oudolf sobre su jardín en Vitra). Ya puestos, decir que Segurola ha proyectado numerosos parques y espacios urbanos en el País Vasco y especialmente en San Sebastián, su ciudad natal, así, el Jardín de la Memoria junto a la Parroquia de Iesu de Moneo o el rediseño de la emblemática Plaza Gipuzkoa. Será también el encargado del diseño paisajístico en el edificio que BIG ha proyectado en Donosti para el Basque Culinary Centre (el GOe), inmueble por cierto contra el que se han manifestado vecinos de la zona ya que supondrá la desaparición de una pequeña zona verde que, según ahora sus defensores, apenas tenía uso en una ciudad con tantos espacios naturales (sin ir muy lejos de donde estará la nueva construcción se encuentran la playa de la Zurriola o el monte Ulía). Sea como fuere el ayuntamiento ya ha otorgado los permisos y parece ser que será construido por Amenábar empezando este mismo mes. En Madrid, como última curiosidad, Segurola ha proyectado los jardines corporativos de Repsol en el claustro del edificio de Rafael de la-Hoz. En el proyecto inicial dicho claustro iba a ser transitable para regocijo de los ilusos vecinos (yo el primero), pero hoy es un hortus conclusus en toda regla.
Por cierto que hemos podido ver hace muy poco al fundador de BIG, Bjarke Ingels, en la segunda edición de la Tutor 16 Sharing Experience en Arquia, que últimamente está que lo tira. Foster y Moneo han pasado también por la nueva sede rehabilitada por Emilio Tuñón. Sólo pude asistir a la charla que dio Moneo junto a Fernández-Galiano, una verdadera delicia con entretenidos momentos de tira y afloja: a pesar de los baturros empeños de don Luis no hubo manera de que Moneo nombrara un arquitecto que le hubiera influido (don Luis le jaleaba con Rossi pero el navarro se ponía de perfil) ni tampoco que señalara un arquitecto que fuera continuador de su estilo (jobar, tenía a Tuñón escuchándole, de pie, a tres metros). Por su parte, la segunda cita del Tutor 16 reunió esta vez a ocho arquitectos jóvenes. Los conocía a todos menos a Roger Tudó, que resulta que es uno de los socios de Harquitectes, uno de los estudios catalanes que más me gustan. En el debate, muy técnico, dentro de un diagnóstico común de crisis energética, sostenibilidad, etc., salieron pronto a relucir, gracias principalmente a los agudos comentarios de Izaskun Chinchilla, siempre brillante en sus intervenciones, dos posturas hasta cierto punto antagónicas y que, resumiendo que no tengo todo el día, podrían sintetizarse de tal guisa: una, algo tipo "la complejidad del mundo actual nos obliga a innovar con frenesí y no dar nada por hecho" representada por un Andrés Jaque desatado, embutido en un inolvidable outfit marciano que parecía sacado de Desafío Total, aquella peli de Verhoeven, y una segunda, lacónica, liderada por Tudó (vaqueros y camiseta en tonos desganados) en plan "la arquitectura debe dar placer con lo imprescindible y dejémonos de películas", entroncando acaso con la llamada Escuela de Barcelona, a la que Moneo dedicó un artículo en 1969 nada menos donde nos hablaba de posibles claves de dicha escuela, la principal sería una "sumisión a la realidad", a la experiencia concreta y cotidiana de la arquitectura a partir de la cual el arquitecto encuentra soluciones a los problemas planteados y elabora sus principios teóricos (y no al revés). Sus presentaciones no podían ser tampoco más diferentes en estilo: el autor del colegio Reggio (del que hablábamos hace poco) sorprendió con un speech raudo y superlativo, apasionado, preparado y potentísimo, mientras que Tudó iba desgranando tortuosamente su presentación con lentitud cansina y aparente ensimismamiento aunque al final lograba articular un discurso (breve) muy coherente con algún que otro fogonazo. Los demás se alineaban con el primero (Chinchilla) o el segundo (Jose M. Sánchez), o iban más o menos por libre. Ingels, muy americano aunque sea danés, básicamente se dedicó a vender su producto, pero al final dio con una de las claves de la tarde, el concepto de sostenibilidad hedonista, vamos, que se puede ser sostenible y disfrutarlo, algo que no es nuevo por otra parte. Fernández-Galiano sin ir más lejos, moderador también de la sesión, decía ya hace más de 10 años en su discurso de entrada en la RABASF: "la renuncia a lo superfluo en la arquitectura y en la vida puede ser una fuente de belleza y placer".
Pero volvamos a Cataluña. ¿Se podría hablar aún de una Escuela de Barcelona? Es una absurdez (incluso una absurdidad) que dé yo una opinión, pero yo diría que sí. Veo una arquitectura que busca la sobriedad ("la economía puede ser una buena escuela de diseño" que decía Lluís Nadal); que es profundamente elegante sin aspavientos absurdos (Moneo enseñó en Barcelona una década, parece que dejó huella); que es racional pero sin caer en el despojamiento monacal de los modernos heroicos (contra el que Chinchilla arremete, defendiendo el "marujeo" de la decoración, Santiago de Molina nos recordaba el pasado lunes cómo a menudo vivimos entre ambos extremos) y que mira al pasado sin complejos -no sé si Jaque se refiere a esto cuando habla de "romanticismo conservador". Jordi Badía, de BAAS (apuesto por su Pallars 180, ejemplo palmario de todo lo que acabo de decir, como uno de los finalistas del Mies) comisarió junto a Félix Arranz una exposición para la Bienal de Venecia del 2012 sobre arquitectos catalanes y de las Baleares que llamó Vogadors, "remeros" en catalán, pues, como ellos, avanzan hacia adelante pero siempre mirando atrás, recordando una cita de Oteiza: "Quien avanza creando algo nuevo, lo hace como un remero avanzando de frente, pero remando de espaldas, mirando atrás hacia el pasado, hacia lo existente, para poder reinventar sus claves".
Te dejo ya con un regalo, una maravillosa golosina visual y de paso volvemos al inicio: el jardín. Es la magnífica Casa Hernández, de Langarita Navarro (María Langarita estuvo también presente en el Tutor16), una sorprendente reinterpretación del pareado de rigor construido en torno a un bellísimo jardín subterráneo. No te lo pierdas. Por cierto, casi se me olvida: la foto de la entrada es una fotografía de Juan Carlos Vega incluida en la exposición Fearless. Manos de la arquitectura y que estuvo expuesta en la biblioteca Eugenio Trías, en el parque del Retiro de Madrid. Las manos son de Moneo.