Somos seguidores fieles del blog de Santiago de Molina, ya lo hemos dicho aquí a menudo, los lunes lo son menos gracias a su invariable entrada. Nos gusta su lirismo ensimismado, su fino humor, y aún nos gusta más cuando baja al fango y reparte estopa. Nadie como él para expulsar a los mercaderes del templo. Ver en su blog la palabra "crítico" y aflojárseme los esfínteres es todo uno. Pues bien, este pasado lunes Molina ha sacado la mano a pasear con una entrada de nombre Tres retos de la próxima arquitectura. Uno de ellos es, por supuesto, cambiar la actual crítica arquitectónica, dado que la figura del crítico, antaño relevante, ya prácticamente no existe, crisis crítica lo llama: "Entre esos conflictos el chillido más histérico y hueco proviene de la "crítica". Adormecida ante su propio onanismo y falta de dedicación no muestra ni referencias posibles, ni casos ejemplares (o antiejemplares). Cada vez más ronca, permanece paralizada ante sus propios miedos. Como un perro viejo, aunque ladra, languidece castrado". Jobar. Además amplía su scope ya que si hasta ahora su objetivo habían sido los profesionales o medio pensionistas ahora ya dispara a todo lo que se mueve: "Ante esa esclerosis, el ejercicio crítico ¿en manos de quién queda? ¿del entrevistador, de los influencers, del oportunista sin formación, del comentarista de turno, intitulado como crítico, que escribe sobre lo que nunca ha hecho, incapaz de distinguir una obra de arquitectura de una berza? ¿Basta con exigir el desarrollo de una poderosa autocrítica?" O sea, que no basta, si eres comentarista intitulado como tu seguro servidor, dejar claro en el propio subtítulo del blog que eres no-arquitecto o autocachondearte de tus ocurrencias un día sí y al otro también. Ya solo nos queda pues no sé flagelarnos con cinturón por la parte de la hebilla y subirlo a Youtube. ¿La arquitectura entonces sólo puede ser entendida por arquitectos? Si la parte técnica fuera lo único importante en la disciplina, sería una ingeniería más. Es obvio que tiene un componente humano que la abre a muchas otras ramas de conocimiento, lo que también amplía ¿por desgracia? el rango de comentaristas intitulados que pueden hablar (no digo hacer crítica, por favor) sobre ella. En relación al tema berza o no berza ¿Sólo los arquitectos o los críticos titulados tienen buen gusto estético? ¿Todos los arquitectos o críticos diplomados lo tienen? ¿Sólo los arquitectos saben leer un plano o comprender las características de un edificio y cómo se ajusta al programa requerido? ¿Somos tan lerdos los no-arquitectos? ¿Quién sabe más de una casa, el arquitecto que la construyó, el crítico profesional o el intitulado inquilino que la lleva disfrutando/padeciendo 20 años (que le pregunten a la doctora Farnsworth)?
La entrada habla de otros dos retos que, cual "perros asilvestrados", acosan a la disciplina: la ecología y el "occidentalismo". Sobre el primero, evidente tema candente, ha habido curiosamente un arquitecto británico, Barnabas Calder, que anteayer también repartía sus buenos mandobles en Dezeen al hilo de la propuesta del ministro inglés de vivienda para crear una escuela de arquitectura que defendiera el estilo clásico, acaso para congraciarse con Carlos III. Calder dice que ya está bien de las Style Wars y que ahora en lo que toca concentrarse es en la sostenibilidad y en la lucha contra lo que llama Fossil Fuelism (artículo aquí). Sobre el segundo reto, el "occidentalismo", Molina se mete con singular valentía en espinosos jardines: "El canon "blanco, masculino y occidental" que ha dictado las reglas de la arquitectura durante siglos, ha aupado a sus congéneres "blancos, masculinos occidentales" y a una lista de obras maestras encargadas y construidas por "blancos, masculinos occidentales" en un ciclo que hoy se considera fraudulento e inmoral. La misma idea de lo canónico, ha dejado fuera de la historia tanto a las minorías como a sus legítimos relatos. El actual esfuerzo posmoderno que obliga a rebuscar en el cajón del pasado obras meritorias y referentes alternativos (en ocasiones inexistentes) hace que olvidemos que ese mismo esfuerzo se asienta en una cultura de puesta en valor de las diferencias que es fruto de un cancelado mundo "blanco, masculino y muerto". ¿Cómo superar y construir relatos que estén a verdadera altura?". Esta semana también he descubierto la reseña de un reciente libro de nombre Race and Modern Architecture que habla precisamente de esto (la lacra racista de los modernos heroicos es tema bien conocido) y cita a Viollet-le-Duc, quien llegó a decir lindezas como que Chichén-Itzá, Tulum o Uxmal eran obra de constructores blancos que habían llegado a América por el estrecho de Bering ya que le parecía imposible que los locales pudieran haber levantado semejantes obras; no te pierdas la reseña completa del libro aquí.
Acabamos. Pero antes de proceder a fustigarnos sin piedad déjame que concluya con un par de preguntas más. ¿Y si otro de los retos acuciantes de la arquitectura fuera su visibilización? ¿Cómo es posible que algo que nos afecta tanto y en todo momento (prácticamente las 24 horas del día) pueda pasar tan desapercibido? El verdadero reto es trascender lo puramente visual, el asombro puntual ante el icono arquitectónico de turno, para conseguir que el común de los mortales valore la importancia de la arquitectura del día a día. ¿Y cómo se consigue eso? ¿Cómo popularizar esa arquitectura? ¿Con menos ruido o con más? ¿Expulsando a los mercaderes del templo o atrayéndoles a él?