sábado, 8 de enero de 2022

El complejo de Jonás

 


En la anterior entrada hablábamos de la pulsión panóptica y el ansia de luz que la electricidad, símbolo acaso máximo de la modernidad, había hecho posible aun en la más oscura noche, El Hada Electricidad  como la llamó Raoul Dufy. Pero en las antípodas del afán de mirar hay otra pulsión oscura, acaso inconfesable por lo tenebrosa y oculta, de la que hoy hablaremos. 

Deja que te lleve al swinging London de los 60. En un municipio al noreste de la ciudad, de nombre Hackney, un tal William Lyttle, ingeniero de profesión, hereda un caserón algo desangelado que se alinea malamente con las bellas construcciones victorianas de su entorno. En cierto momento Lyttle decide construirse una bodega subterránea para conservar sus vinos. La experiencia le subyuga de tal manera que va a pasarse los siguientes 40 años excavando galerías de hasta 8 metros de profundidad y en un radio de más de 20, alcanzando la capa freática y un túnel del metro, poniendo en peligro la estructura de las calles aledañas (una línea de autobús tuvo que cambiar su itinerario por miedo a que el asfalto cediera) y dejando sin luz al barrio en una ocasión en la que el ingeniero topó con un cable eléctrico. Tras las numerosas protestas de los vecinos, temerosos de que sus casas se hundieran bajo los efectos de semejante tuneladora humana, que pronto devino personaje mediático (era conocido como el hombre topo de Hackney), las autoridades toman medidas y en 2008 es desahuciado cuando se declara insolvente para pagar la multa de 300.000 libras que va a costar rellenar de cemento sus túneles. La propia casa de Lyttle amenaza ya ruina inminente. Las labores de limpieza de la parcela fueron igualmente complejas, ya que hubo que retirar unas 40 toneladas de desperdicios (entre ellos cuatro automóviles -todos ellos Renault 4L al parecer- y un barco) que necesitaron 300 contenedores de obra. 

La pregunta del millón que te estarás haciendo es por qué. Nuestro hombre topo nunca dio explicaciones sensatas para su pulsión telúrica (solo decía que tras hacer la bodega le había cogido gusto a excavar), lo cual nos da pie a pergeñar toda clase de teorías. Acaso era lector empedernido de Poe y encontró insiración en uno de sus relatos cortos, El barril de amontillado, donde el cruel protagonista empareda a un enemigo tras conducirle a unas intrincadas galerías subterráneas so pretexto de enseñarle un barril de exquisito vino. Lyttle de hecho invitó al escritor Iain Sinclair a periplo similar por sus grutas subterráneas (el autor galés siempre ha estado interesado por lo que se ha dado en llamar la psicogeografía ocultista de Londres), aunque afortunadamente Sinclair volvió para contarlo y publicar su Ciudad de las desapariciones. O quizá fuera Novalis, poeta, filósofo, romántico precoz e inspector de minas, quien le inspirara en su novela Enrique de Ofterdingen, un encendido canto a las cavernas y a los mineros: "Veía a los que iban a ser mis compañeros como héroes subterráneos, como hombres que tenían que superar mil peligros, pero que, a la vez, tenían la envidiable suerte de poseer conocimientos maravillosos, gente que en su trato grave y silencioso con las rocas, que son los primeros hijos de la Naturaleza, en las maravillosas grutas de las montañas, están preparados para recibir los dones del cielo y para elevarse sobre este mundo y sus tribulaciones", citado por Eduardo Prieto en Historia medioambiental de la arquitectura. El propio Prieto menciona el curioso "complejo de Jonás", según metáfora bíblica de Gaston Bachelard, quien definiría de tal guisa esa "sensación primaria de estar protegido (...) del que está enterrado en una cueva o en su correlato tectónico, el sótano", el tierra trágame de toda la vida, o si prefieres su versión pedante, regressus ad uterum. En el imaginario de nuestro oscuro protagonista de hoy podría también estar el interés decimonónico por las grutas románticas, replicadas artificialmente por los llamados arquitectos rocailleurs en buen número de exposiciones universales, parques y villas privadas. Y así podríamos seguir hasta el infinito y más allá. 

 Trasteando por internet me he topado con el blog de un viejo "conocido" que -no podría ser de otra manera- dedica fascinada entrada a las grotescas grutas de Lyttle. Se trata de Charles Holland, uno de los responsables de ese peculiar estudio ya extinto (FAT) que perpetró obras como la House for Essex (¿la recuerdas?). Sus comentarios son dignos de cita: "El trabajo de Lyttle es una forma de anti-arquitectura, una imagen en un espejo oscuro de la técnica arquitectónica y sus ambiciones. En lugar de crear deslumbrantes torres Lyttle se enterró, expandiendo su casa hacia el exterior desde abajo. En lugar de un diseño cuidadoso y obediente con las normas, creó un edificio que era una peligrosa trampa mortal, abriendo sus túneles tan cerca del agua que la casa pudo haberse inundado y asegurando sus túneles con electrodomésticos y soportes improvisados. (...). Al parecer no existen planos o bocetos de los diseños de Lyttle porque nunca hizo ninguno. En su lugar, sus túneles son como un monólogo interior (stream of consciuosness) arquitectónico, un edificio nunca planificado, proyectado o por tanto diseñado en términos convencionales, donde una parte conecta con la siguiente de manera instintiva y sin ningún orden" (tienes la entrada completa aquí). Holland da con una posible clave para entender el enigma del hombre topo: la venganza contra una sociedad hipernormativizada. El arquitecto a su vez menciona a una artista, Karen Russo, que se interesó por la "obra" de Lyttle, gracias a la cual se conservan las únicas fotos de los terroríficos pasadizos, que parecen sacadas de una peli de terror de los 90. Aquí las tienes. Russo quería hacer un documental sobre la casa pero viendo el perfil del individuo (al que tilda de paranoico y racista y acusa de haberle acosado sexualmente), decidió salir por piernas. El complejo de Jonás produce monstruos.

Otra artista se interesó por la vivienda cuando el hombre topo ya no vivía en ella y, como una casa Usher moderna, amenazaba colapso inminente. El nombre de la que será la última protagonista de la historia de hoy es Sue Webster, quien quedará prendada por su aspecto: "siempre me gustaron los edificios independientes, y me intrigó este, ya era monumental". Y eso que desconocía su historia, cuando llamó a las oficinas municipales preguntando por ella le dijeron, hartos seguramente del tema, que buscara información por Google, la averiguó y en ese momento supo que la casa tenía que ser suya ("fue como abrir la caja de Pandora", comenta la artista). Una juventud como adolescente gótica sin duda debio influir en su decisión: era fan acérrima del grupo postpunk Siousxi and the Banshees, en la que militó el muy tétrico Robert Smith de The Cure, inspiración para el Eduardo Manostijeras de Burton y el protagonista del cómic y posterior película El cuervo (aquí tienes al grupo en 1982). Además, Webster necesitaba un espacio solo para ella tras romper con su pareja, artista también, junto al que vivía en el cercano distrito de Shoreditch: "Como artista era insoportable vivir allí, no tenía una habitación propia para pensar" (Woolf de nuevo). Webster debe ser una artista de posibles, pues tras un año de tira y afloja compró la casa por más de un millón de libras y además recurrió al renombrado arquitecto David Adjaye para que la restaurara, ya le conocía porque también le había reformado la casa que tenía en Shoreditch (de nombre por cierto Dirty House, aunque de sucia tenía poco). El arquitecto anglo-ghanés, con estudios en Londres, Accra y Nueva York, Sir desde 2017 (año en el que fue reconocido por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del año), se mostró entusiasmado con la casa, una "increíble pieza que habla de un tiempo de la historia de Londres que se enfrentó al statu quo", Webster le recuerda diciendo "This looks like a mind-fuck!". Ambos respetaron el espíritu del hombre topo recuperando algunos de los túneles de Lyttle para lo que tuvieron que extraer dos mil toneladas del hormigón barato inyectado por el ayuntamiento (o eso dice Vogue) y manteniendo muchas de las cicatrices de la fachada, que aunque saneada, sigue luciendo un punto Usher y acaso quiere preservar la memoria de una alienación tan extrema. Webster se hizo su estudio en el sótano horadado por el críptico ingeniero (aunque ha dispuesto en su techo un enorme tragaluz), encontrando allí al cabo su ansiada room of her own. Aquí tienes fotos de la titánica reforma en la revista Wallpaper. Por cierto que AV también ha incluido la Casa Topo en su monografía sobre las 16 mejores casas de 2021. 

Termina así nuestro lúgubre relato de hoy con final feliz. Déjame rematar con cita concluyente: "La luz oscura del espacio oculto fascina tanto como confunde. Por un lado, es inevitable sucumbir a la atracción onírica de lo enigmático, y el descenso a las entrañas de la tierra es un itinerario simbólico de iniciación al misterio que nos captura con su magnetismo mineral, haciendo de las criptas y los sótanos cuevas primigenias que esconden y revelan lo secreto". (Luis Fernández-Galiano, Criptoarquitecturas en Arquitectura Viva 209)