Esta semana nos ha sorprendido sobremanera la dura entrada de Santiago de Molina arremetiendo con ahínco contra Mies, que últimamente es que no gana para sustos. Primero por la demoledora foto que introduce el texto en la que vemos a un Mies ajado, apoltronado en un sofá vistiendo calcetines (afortunadamente no son blancos) y chanclas, él, que siempre había cuidado con tanto esmero su imagen como indica de Molina (y Valentín Trillo en el libro que, miedo me da reconocerlo, ahora estoy leyendo, Mies en Barcelona. Arquitectura, representación y memoria: "Mies van der Rohe proyectó su personaje como una exposición de su figura, desde el estudiado apellido con tintes holandeses que en 1921 diseñó usando el de su padre y el de soltera de su madre, hasta la vestimenta hecha a medida por Knitze, con el cuidado pañuelo de seda asomando en el bolsillo o la estela de humo de habano y copa de Martini en la mano", en la foto que nos ocupa un desbaratado pañuelo sobresale del bolsillo de la bata, pero más bien parece vulgar moquero que accesorio de moda). En nada queda así el mesianismo miesiano. Pero sobre todo nos ha impactado el título de dicha entrada: Estafadores. De Molina viene a decir que la intimidad doméstica de la que hace gala Mies en la foto es la misma que el arquitecto negaba a los sufridos moradores de sus cajas de cristal, especialmente la ya famosa señora Farnsworth, que suele aparecer como víctima propiciatoria de un Mies obcecado por hacer una casa "que es más un templo que una vivienda y satisface la contemplación estética por encima de las cualidades domésticas" (esto es de la biografía del alemán a cargo de Schulze y Windhorst). Si leemos dicha biografía (la última edición que incluye novedosa información sobre el famoso juicio), uno no sabe muy bien quién es la víctima y quién el verdugo, quién el estafador y quién el estafado (de Molina hace mención oblicua al tema señalando que Farnsworth fue también "coautora" de la casa y por tanto en parte responsable del presunto fiasco). De hecho el mediador extrajudicial que pasó el caso al juez daría la razón a Mies, y en el proceso quedó bastante claro que Farnsworth mintió por ejemplo cuando aseguró que Mies le había dicho que podía hacer la casa por 40.000 dólares (el coste final fue de 69.700) cuando la realidad es que el arquitecto siempre le había dicho que la casa costaría unos 60.000 -aunque intentaría reducirlo a 50.000-, cifra que basó en el coste de la casa de New Canaan de Philip Johnson, quien había utilizado la Farnsworth como modelo. La doctora también alegaba que no se le informaba adecuadamente de las decisiones que se iban tomando en el proyecto, algo que también se demostró falso, y finalmente, cuando tras años de retraso (la inexplicable ausencia de un presupuesto formal no ayudó), el juez encargado del endiablado caso conminó a las partes a llegar a un acuerdo, fue el propio Mies el que se conformó con una compensación de 2.500 dólares, ridícula si la comparamos con las costas del juicio (20.000 dólares, que corrían a cargo de Mies), a lo que habría que sumar los más de 16.000 dólares en que se valoraron los servicios del alemán como arquitecto, cantidad que de nuevo inexplicablemente no se había inlcuido en el presupuesto de la vivienda. Sin duda en este desenlace influyó la furibunda campaña de descrédito de la vivienda (y de Mies) iniciada en los medios por Farnsworth (la influyente revista House Beautiful puso a caldo la casa, concluyendo que no era más que una carísima "jaula de vidrio sobre zancos"). El mismísimo Wright se haría eco de la polémica: "Estos arquitectos de la Bauhaus huyeron del totalitarismo político en Alemania para sembrar, con sus cuidadas iniciativas, su propio totalitarismo aquí en los Estados Unidos". Farnsworth siguió viviendo en la casa inhabitable unos años más. Y cuando se hizo público un proyecto para construir una carretera en las inmediaciones no tuvo empacho en alegar que la carretera afectaría a una importante obra de arte. En 1971 la vendería a Lord Palumbo oficialmente por 120.000 dolares (el precio solicitado fue de 250.000, Schulze señala en nota al pie que "puede que Palumbo hiciera otros pagos a Farnsworth además de los registrados en la escritura pública").
Tras párrafo tan denso, pongámonos posmodernos. Hay que reconocer lo mal que sienta la horizontalidad a figuras que hacen gala de una verticalidad tan exacerbada. Y es que al final la horizontalidad nos alcanza a todos, de manera recurrente, y, a la postre, definitiva. No puedo evitar aquí recordar ese baile de Theresa May en un congreso de su partido que me dejó casi tan impactado como la foto de Mies en pantuflas. Fue alucinógeno ver a la premier británica bailar al ritmo del Dancing Queen de ABBA que sonaba en esos momentos, sus movimientos inconexos y tan rígidos como el Brexit que no desea, acaso como si lo que sonara en su cabeza fuera en realidad el Dentaku de Kraftwerk. El que hace lo que puede no está obligado a más.
Hablando de posmodernidad, habremos de hacer obligada referencia al último número de Arquitectura Viva, en el que Peter Eisenman dedica un artículo a Robert Venturi con el ecuménico título de Aprendiendo de todo. Sinceramente nos hubiera gustado más que fuera el one el que se mojara, pero don Luis prefirió meterle mano al último libro de J. H. Elliot dedicado a Cataluña (Catalanes y escoceses. Unión y discordia), recordemos que hace unos meses ambos dieron una entrevista-conferencia en la Juan March (a Fernández-Galiano le va la historia, no veas lo bien que quedé regalando a mi contraria un libro reseñado también por él en Arquitectura Viva, Por el ojo de una aguja de Peter Brown). Sobre este tema, que ha entrado de rondón en la entrada, te pongo una espléndida cita de Sergio del Molino, el autor de La España vacía que acaba de sacar libro nuevo (no confundir por favor con nuestro Santiago de Molina) entrevistado ayer en El País: "A diferencia de muchos, yo percibo España como un producto político muy útil para convivir. Es un instrumento que, si lo rompemos y destruimos, nos va a ir más mal que bien. Es lógico reivindicarla desde los bordes. Es verdad que tiene muchas miserias, que viene de una historia cruel, de tiranía, como otros países, pero hemos sido capaces de construir algo útil. Vamos a intentar mejorarlo en lugar de destruirlo". Pero retomemos el hilo. Hablábamos de un artículo de Eisenman sobre Venturi. ¿Cómo? ¿Que esto es un sindiós? Perovamosaver ¿a ti no te disgustaba tanto el orden moderno por carcundio y opresivo? Pues toma. Eisenman relata en dicho artículo otra de las muchas anécdotas sobre la pareja posmoderna que hacen aparición estos días. Venturi, Scott Brown, Zaha Hadid y Eisenman se encontraban en un congreso en Estambul y acabaron yendo juntos a ver Santa Sofía. En un momento determinado alguien quiso sacar una foto al cuarteto. Viendo que Denise y Zaha se habían colocado juntas, Venturi se acercó a Eisenman y le pidió que interviniera para que no aparecieran así en la foto. Finalmente Eisenman logró colarse entre ambas. Pues no entiendo nada (vamos, ni que le hubieran ofrecido ponerse al lado de Sandra Barclay, autora junto con Jean Pierre Crousse del edificio que abre nuestra entrada). ¿Pero Hadid no es la culminación del "decorated shed"?
Por hoy ya me vale. Ahora a ver qué título le pongo a esto.