Estos ladrillos tienen 700 años. ¿Cómo? ¿Que este blog se llama Arquitectura Última y esto de último no tiene nada? ¿Que esto no es serio? Un poquito de por favor. Y de flexibilidad. Al fin y al cabo siete siglos no son nada. Además esto es lo último que he descubierto en arquitectura, así que tampoco resulta tan off-topic después de todo. En fin. Mi contraria, probablemente harta de arquitectura moderna, ha querido que el viaje del verano fuera esta vez a un lugar con mucha historia. Es lo bonito de la vida conyugal. Así que aquí estoy yo, fan del hormigón armado, rodeado de ladrillos. Acabaré, como Kahn, hablando con ellos. Estamos en Albi, capital del departamento francés de Tarn, famosa por usar para todo tipo de construcciones el "ladrillo puro, cubista, desnudo, igualitario, rojo, celular. Ladrillo del comunismo", según palabras de Ernesto Giménez Caballero (que descubro en Arquitecturas singulares de Bonet Correa), el singular personaje, soldado en la guerra de África, escritor surrealista, ideólogo falangista, profesor de literatura y diplomático, tampoco tiene muy buenas palabras para el hormigón, símbolo "de lo gris, de la clase única, de la nivelación y el aplastamiento de toda jerarquía" (sólo le valía la piedra castiza, ejemplificada a la perfección en El Escorial). Yo sigo con el ladrillo:
Albi, como ves, tiene una de las mayores catedrales en ladrillo de Europa: la de Santa Cecilia. La llamada ciudad episcopal, que también incorpora el magnífico palacio de la Berbie (hoy sede del museo Toulouse-Lautrec, pintor oriundo de la ciudad), fue declarada en 2010 Patrimonio mundial de la Humanidad por la Unesco. Mastodonte musculado, de estilo gótico como dopado con esteroides (que comparte características con el gótico italiano e inspiró al catalán), tiene unas dimensiones espectaculares: un largo de 114 metros, muros de 40 metros de alto y un campanario de 78 metros. Tardó 200 años en acabarse (1281-1480) y a su finalización debió dejar al personal tan epatado como a nosotros la Torre Califa. Con ella la iglesia quiso dejar constancia de su poderío ante los cátaros (también llamados albigenses, probablemente en referencia a Albi), herejes defensores de una pureza y austeridad extremas que dieron más de un quebradero de cabeza a la jerarquía eclesial (finalmente Inocencio III lanzó una sangrienta cruzada contra ellos en la que moriría el rey Pedro II de Aragón, que acababa de vencer a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa). La región de Midi-Pyrénées, en la que se inscriben Tarn y Albi, aún ostenta orgullosa como escudo la cruz discoidal de los cátaros. Esta región también se distinguió por su idioma, el occitano (parecido al catalán), ya en peligro de extinción y que apenas puede verse en la rotulación de los nombres de las calles y poco más.
Albi se salvó de la quema a base de nadar y guardar la ropa. No se vio demasiado afectada por la violenta cruzada; más daños causó la Revolución Francesa. Hubo un plan revolucionario para echar abajo la catedral, pero una vez más la mediación local (y lo complejo de la empresa) evitó el desastre, eso sí, los revolucionarios la aligeraron de estatuas (más de cien). Así que la ciudad se ha mantenido prácticamente intacta a lo largo del tiempo, sorprende ver aún en uso (con coches pasando por encima) el llamado Pont-vieux que tiene casi 1.000 años. Te dejo con más ladrillos albigenses: