Singing in the smog |
Nos encaminamos hacia una muerte térmica. O sea, al infierno entrópico. O nos ponemos (o más bien quitamos) las pilas o esto se hunde. Y en medio de semejante sindiós termodinámico me encuentro con esta cita de Koolhaas en el blog Del Tirador a la ciudad, que recuerda a esa imagen popular de Nerón cantando mientras Roma se quema: “Se puede criticar al Gobierno chino por muchas cosas. Después de analizar la cultura arquitectónica y la historia del país, hemos introducido algo totalmente nuevo, nada menos que una forma de pensar la arquitectura que antes no existía allí. Hasta hace poco, todos los edificios chinos eran ‘sólidos’ e irradiaban estabilidad. Los chinos tienen verdadera fobia a lo inestable. Pues bien, en ese contexto hemos logrado crear algo radicalmente distinto: un edificio con una suerte de forma e identidad inestables. No cabe duda de que ese proyecto posee una dimensión crítica y utópica”. Ya decíamos hace nada que los edificios del holandés errático seguramente escondían puyas provocadoras, y aquí tenemos la prueba: la gran aportación de ese dónut angular que es la sede de la CCTV es hacer perder el presunto miedo de los chinos a la inestabilidad. Con Rem, la forma no sigue a la función, qué aburrimiento, sino a un proyecto de autoayuda a nivel global o incluso cósmico.
Siempre volvemos a Koolhaas, y es que no paramos de caer en sus trampas. Entramos a trapo en sus calculadas provocaciones, esas frases ruidosas que esconden los conceptos de siempre envueltos en papel de colores chillones: que si "el ciclo de extravagancia-aburrimiento-extravagancia", que si la arquitectura como "máquina de estrategia”: nuestros sentidos están tan abotargados que necesitamos que nos zarandeen con frases-bomba para reaccionar al sopor cibernético, el wow factor maneja el mundo. Los debates ya no pueden ser razonados y razonables, si no imitan a Sálvame cambiamos de canal. Si se te ocurre ver la serie Borgen después de haber visto House of Cards tendrás que hacer un esfuerzo sobrehumano para aguantar más de tres episodios, por más que la serie americana sea absurda (¿un presidente americano cínico hasta la naúsea matando personalmente a una periodista?) y la danesa presente protagonistas mucho más creíbles, humanos y éticos (Kevin Spacey también ayuda, qué duda cabe). Ya no nos sirve una representación fiel de cualquiera de las grandes obras de nuestro teatro clásico (y no hablemos de ópera), ahora hay que tunear con saña, y cuanto más estrambótico el resultado, mejor.
El Neues Museum |
En el catálogo mencionado, Fulvio Irace, comisario de la exposición, ahondando en la búsqueda de lo esencial y la "poética de lo cotidiano" que caracteriza a Chipperfield, menciona a un pintor italiano que desconocía, Giorgio Morandi, quien dedicó su vida artística a reproducir casi el mismo bodegón una y otra vez. Curiosamente Muñoz Molina dedicaba su artículo semanal en Babelia el sábado pasado a dicho pintor, y apuntaba: "Vive uno con la antipática imposición, interna y externa, de esforzarse en ser contemporáneo, y en Morandi descubre la tranquila audacia del que es extemporáneo, no porque se lo proponga, sino porque le ha salido así, porque su arte brota limpiamente de quien él es, y no de quien desearía o preferiría ser, o de lo que esperan e imponen los otros. Y también vive y trabaja uno con la ansiedad de abarcar más, de descubrir algo que será mejor, de encontrar en otra parte lo que cree que le falta donde está, de romper con lo que ha hecho antes, poner tierra por medio, borrón y cuenta nueva. Sin moverse apenas, sin angustia visible, Morandi estuvo siempre en su sitio, en su mundo, en el centro del mundo, igual que William Carlos Williams en su consulta de pediatra de pueblo o Emily Dickinson en su jardín clausurado de Nueva Inglaterra", Chipperfield bien podría unirse a ese singular grupo de creadores silenciosos ajenos a su tiempo pero apegados a la tierra. Irace viene a decir casi lo mismo sobre el arquitecto utilizando símiles literarios muy parecidos: "'A rose is a rose is a rose is a rose': el célebre aforismo de Gertrude Stein sigue siendo actual en su exigencia de un nuevo realismo poético en el que la 'palabra' corresponde de nuevo a la 'cosa'. Esto supone comprobar la consistencia material y primar lo concreto en un mundo donde predomina lo virtual y lo efímero."
Pero es que además, la rehabilitación es ecológica. Parece obvio, pero no me había percatado (a ver, uno es un aficionado) hasta que no lo he leído en el último número de Arquitectura Viva con el subtítulo La energía importa. Construcción, termodinámica, clima. De entrada, un ladrillo, a qué negarlo, pero de nuevo si perseveras descubres y aprendes. Y es que los edificios no sólo consumen o ahorran energía, sino que en sí mismos almacenan energía embebida, la energía que ha sido necesaria para construirlos, así que cuando derruimos para construir algo nuevo estamos desperdiciando todo ese potencial energético que no sólo es físico, sino que conlleva también "acumulaciones de información y memoria" en palabras de Sébastien Marot. Es por tanto necesaria (e incluso ética), según ahora Fernández-Galiano, que hizo su tesis doctoral sobre el tema, una arquitectura "dedicada a la recuperación y el reciclaje tanto del soporte material existente como del contenido informativo incorporado a él, y prioritariamente preocupada con la rehabilitación de lo construido y degradado, el reciclaje de lo fabricado y empleado, la recuperación de lo aprendido y olvidado".
El mismo Fernández-Galiano defendía a Koolhaas en la monografía de AV dedicada al holandés, al que comparaba a "un Houdini especialista en librarse de las cadenas que él mismo ha anudado" señalando que "exhibe la coherencia del que rehúsa permancer inmóvil cuando los tiempos cambian, ofreciendo en cada trecho de su trayecto un retrato fidedigno del mundo alrededor". Rem, ya puestos, nos recuerda igualmente al bulero de Los Cuentos de Canterbury, que al tiempo que vendía falsas reliquias e indulgencias papales que al parecer evitaban a sus clientes las penas del infierno, por supuesto para quedarse con el dinero, no tenía empacho en contar un relato ejemplarizante en el que se arremetía contra la codicia, precisamente su mayor vicio. Acaso después de todo, el infierno no vaya a ser un castigo divino sino uno autoinfligido por el ser humano. Acabo citando de nuevo a Marot quien menciona un oportuno palíndromo (frase que se lee igual hacia adelante que hacia atrás): "El más perfecto palíndromo nunca compuesto, conocido como el 'verso del infierno', se atribuye en ocasiones a Virgilio. Se supone que se refiere a las polillas (o a las estrellas), pero a los 7.000 millones de miembros que hoy componen la humanidad les podrá resultar cada vez más familiar.(...). Es este: IN GIRUM IMUS NOCTE ET CONSUMIMUR IGNI. Por la noche, vamos dando vueltas en círculo, y el fuego nos consume".
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