Pues sí, hoy tengo el día victoriano. Nos vamos a 1872 y a Hastings, sureste de Inglaterra. ¿Cómo? ¿Que qué tiene de último esto? Ya tenemos a la mosca disruptiva de rigor. Pues mira, ahora me voy 800 años más atrás y te digo que en esta localidad costera, en el 1066 nada menos, se libró la batalla clave que permitió a Guillermo el Conquistador arrebatar las islas a los sajones (la conocida como Conquista Normanda). Eso por hablar. En fin, me vuelvo a 1872 con la venia. Hastings era para entonces un enclave turístico gracias a las tímidas mejoras laborales que acababan de introducir por ejemplo los Bank Mondays (cuatro días de fiesta al año), que empujaron a no pocos londinenses a chapotear en su playa, con ayuda del tren que en la década de 1840 la conectó con la red ferroviaria británica (por aquí pasó algo parecido poco después cuando se unió por vía férrea Madrid y Aranjuez, aunque hay que reconocer que los pioneros en este tema son los británicos: la primera locomotora de vapor se inventó allí nada menos que en 1812 y se llamó Salamanca, como lo oyes, y es que el duque de Wellington libró en la ciudad universitaria una victoriosa contienda -la batalla de Arapiles- en el marco de la Guerra de la Independencia). Volviendo a Hastings decir que la localidad decidió entonces invertir en un poderoso pier (muelle), que, a diferencia del resto de los que festoneaban las costas aledañas dispusiera de un edificio icónico. Lo diseñó Eugenius Birch, un ingeniero que se inspiró en la arquitectura india que tanto le impactara mientras trabajaba, precisamente, en la creación de las líneas férreas del país asiático. No se andaron por las ramas: su presencia como puedes ver en las añejas fotos impresiona y su aforo alcanzaba las 2.000 personas.
Hagamos ahora un periplo espacio-temporal, porque me sale, y veamos cómo era un día cualquiera en la vida del recién inaugurado pier. Vaya, el día que nos ha tocado está revuelto y hace un viento racheado. Unas pocas familias se aventuran por el muelle. Empieza a caer una pertinaz lluvia, y una banda de niños corretean perseguidos por unas alarmadas madres que enarbolan frágiles paraguas que de poco sirven frente a las impetuosas ráfagas de viento. Un señor con bombín se intenta guarecer con una copia de All the Year Round, la revista literaria de Dickens donde se publicaron por entregas no pocas novelas (algunas de las suyas sin ir más lejos), mas el periódico, impetuoso, se le escapa de las manos y va a parar al inclemente mar. Al poco ya no queda nadie. Bueno no, aguarda, hay una figura espectral que parece extrañamente parada en mitad del malecón. Acerquémonos. Es un hombre alto y fornido que lleva una gorra de marino holandés calada hasta las orejas. Frisa acaso la cincuentena. Bajo su hirsuto bigote (hirsuto es una palabra fea de narices, lo sé, suena como a insulto japonés, pero me parece muy decimonónica) surge una prominente cachimba ya apagada por la lluvia pero aún humeante. Su tez, bruñida por el sol y el viento, le delata como marino, quizá por los Mares del Sur. Algunas de las gotas que resbalan por su cara acaso no sean de lluvia. Todos los días viene al pier y mira como allende el mar, por donde hará un año su hijo marchó para probar fortuna. Narcisista, soberbio, egocéntrico, mimado sin remedio, al rey del mambo de Hastings el pueblo se le quedaba pequeño. El padre, hombre de pocas luces, intentó sin éxito retenerlo, hasta llegar a las manos una tarde aciaga en una taberna portuaria. Al marino ahora le llegan noticias de que su hijo las está pasando canutas de estibador en Amberes, que apenas tiene donde caerse muerto, que su vida es un desastre, que quiere volver pero su orgullo se lo impide. ¿Habrá aprendido la lección? Llora al cabo el padre por no haber sabido retenerle, por el caos que ha devenido su vida y por el incierto futuro si regresa. ¿Sabrá a su vuelta dar la justa dosis de cal y arena o lo perderá para siempre?
Hoy ya el pabellón de Birch solo se puede ver en foto. Un incendio en 1917 se lo llevó para siempre, y en su lugar se levantó un edificio mucho más sencillo (estamos en plena Primera Guerra Mundial) que fue desde el primer momento objeto de crítica por los vecinos, que lo llamaban despectivamente "el granero". En 1930 se le puso una bella fachada art decó. Poco a poco el muelle se fue llenando de construcciones mientras devenía una suerte de abigarrada feria permanente. Sufrió tormentas y huracanes que lo dejaron tocado, y allí tocarían ya en los 60 artistas hoy globales como los Rolling Stones, Jimi Hendrix, Tom Jones, The Who o Pink Floyd. En 2010 finalmente sucumbió a un incendio.
El estudio de arquitectura londinenese dRMM fue elegido para la tarea de devolver a la vida al chamuscado muelle. Y el resultado, anodino de entrada, le ha ganado el premio Stirling de este año (competía con rivales de perfil bajo, inexplicablemente por ejemplo no estaba la Switch House de Herzog y de Meuron, quizá por no dar protagonismo a los grandes, aunque sí estaba en la lista final de candidatos una intervención de Rogers en el British Museum que de todas formas ha pasado bastante desapercibida). Según el jurado, la victoria se la merece por haber sabido ir más allá de la labor de un arquitecto buscando financiación para el proyecto (consiguieron mediante crowfunding la cantidad de casi 600.000 libras) e involucrando en él a la comunidad en un largo y complejo proceso que ha durado siete años. Oliver Wainwright destaca también el acierto de poner el inevitable pabellón no al final del muelle, como había hecho Birch, sino al principio, dejando un impresionante plataforma vacía al final (que contrasta con el atestado batiburrillo de construcciones del antiguo pier), dispuesta a recibir las instalaciones y eventos temporales que sin duda la llenarán pronto. El crítico de The Guardian señala también el parecido del pequeño pero elegante pabellón de dRMM con nada menos que la Casa Malaparte (aquí hablábamos de ella).
Necesitamos el pasado como soporte nutricio del presente (nutricio también es una palabra de fonética chunga, por cierto), que dice Fernández-Galiano en el último Arquitectura Viva, precisamente dedicado al regreso arquitectónico a lo básico (Back to Basics: Building Before Bling es su aliterativo subtítulo), y que protagoniza una "Joven Cataluña" de la que se traen varios ejemplos que, como el muelle de dRMM, restauran con tino preexistencias (destaco el Centro Cívico 1015 de H Arquitectes). La arquitectura transita del destello a la desnudez, sigue diciéndonos nuestro Zeitgeist whisperer. No para todos. Aún sigue habiendo destellos galácticos (algunos casi abochornantes), como este presunto guiño a Star Wars en la Biblioteca Nacional de Qatar a cargo de Koolhaas (¿no te recuerda a una nave imperial?), no sería la primera vez...
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